En cadena

“Eres perfecta para el puesto, sabes más que todas. Pero al director le gustó la rubia”. Esa fue la respuesta de un productor que me había llamado hace muchos años para comentar discos en un programa de televisión. Él había leído mis textos, escuchado los programas de radio en los que participaba y quería trabajar conmigo.

Desde mi adolescencia más temprana siempre dije que nunca trabajaría en la tele, porque me daba miedo. No vergüenza. Miedo. El miedo a saber que nunca eres suficiente. Porque en mi infancia siempre me sentí más que suficiente. Exploraba bosques, saltaba rocas en las playas, escribía cuentos que trataban de imitar a las Crónicas de Narnia, grababa programas de radio en mi casetera y sentía que el mundo me pertenecía y yo a él, en el mejor sentido. El mundo y yo nos habíamos encontrado, por fin, para poder darlo vuelta a mi antojo. Desde que tengo conciencia, dentro de toda mi vulnerabilidad siempre me consideré poderosa.

Ahora, siendo mayor, creo que era muy ingenua por supuesto. Ese miedo que me daba la televisión no es exclusivo del formato. No sólo eres insuficiente cuando eres una mujer que trabaja en televisión (seas como seas físicamente), sino también en el mundo real. En cada rincón y cada espacio en el que te muevas. Y lo único que te salva es tu amor y el feminismo.

Si escucho incluso a mujeres bellísimas en relación al estándar de asimetría y estética occidental que nos maneja, también piensan que no son suficiente. Nunca llegan a la meta. Siempre les falta algo. Subes de peso, bajas de peso, te cortas el pelo, te lo dejas largo. Negro, rosado, rubio o castaño. Tienes que ser más inteligente. Mejor no seas tan inteligente, porque asustas a los hombres. Y ya sabemos en qué se mide el éxito de una mujer en el mundo. Cada “mejora” supondría un avance, un acercamiento más a ese sentimiento que te dirá “ok, esto es, así te gustas, así les gustas”. Pero no es así, nunca llega.

Y a muchas se nos pasa el tiempo, la vida -a unas más, otras menos- encontrando la solución del acertijo. Cómo puedo mirarme en el espejo sin odiarme. ¿Por qué si yo me amo, el mundo me ve asquerosa? ¿Qué es lo que yo veo que el resto no puede ver?.

Este dossier es una compilación de experiencias desencadenado por una historia de Andrea Ocampo. Muchas nos unimos porque conocemos esto en primera persona, o en tercera. Acompañando, tomando té, abrazando a la otra. Este dossier es un abrazo para ella y para todas.

*Revisa acá y descarga nuestro dossier: Por mí y por todas mis compañeras

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