“La paca no es compañera”: apuntes incómodos (y está bien que así sea)

En la introducción de Falso Espejo: Reflexiones sobre el autoengaño de la periodista Jia Tolentino, encontré dos frases que aparecieron ante mí como grandes verdades o, al menos, como ideas que interpretaban completamente mi sentir en ese momento de la lectura. Sucedió hace solo un par de meses y creo que aún me encuentro sumergida en ellas. Cito:

“Cuando siento confusión acerca de algo, escribo al respecto hasta que me convierto en la persona que se percibe en lo escrito en el papel: una persona en la que se puede confiar, intuitiva y de mente clara. Es precisamente ese hábito —o esa compulsión— lo que me lleva a pensar que me engaño. Si de verdad soy la persona tranquila que ha escrito ese texto, ¿por qué tengo siempre la necesidad de construir un texto que me haga sentir así?”. 

Creo que me he visto en exactamente ese ejercicio durante los últimos diez años. Cuando estoy confundida, cuando no entiendo, cuando siento que me faltan respuestas, comienzo a escribir. Como si el ejercicio de ordenar las ideas para hacerlas legibles por otre, me llevara a un estado de control, de encuentro. De paz. Una paz que rara vez llega pero que, a veces, aparece encarnada en respuestas. 

Unos párrafos más abajo, dice: “Los últimos años me han enseñado a dejar en suspenso mi deseo de llegar a una conclusión, a asumir que nada es estático y que la negociación es perpetua; me han enseñado a esperar, principalmente, que las pequeñas verdades se abren paso con el tiempo”. 

Ambas citas guardan directa relación con este texto. Por una parte, nadie más que yo me mandó a escribirlo, intentando buscar un marco de reflexión en torno a la frase “la paca no es compañera”, pero al mismo tiempo -no sé si será la edad- desechando la ansiedad por encontrar una conclusión tajante. He decidido disfrutar del proceso más que enfocarme en el final. ¿Será por eso que las maratones de series me parecen cada vez menos interesantes?

Preguntas, preguntas, preguntas

“Ojalá ninguna compañera vuelva a abrazar a una paca”. 150 retweets, 460 me gusta, 3 citas. Publiqué esa frase en mi cuenta de Twitter el 20 de octubre del 2019, dos días después del inicio de la revuelta social en Chile y tan solo horas más tarde de entrar en shock al ver tanques del ejército avanzando por la calle que puedo mirar desde el balcón de mi casa. 

Escribí esa frase desde el horror, el miedo y la ansiedad de haber visto la violencia de Estado en contra de estudiantes en el Metro y en la calle días antes, materializada por sus cuerpos de seguridad. Y me remonté a esa imagen que vimos el 16 de mayo del 2018: mujeres estudiantes que participaban de una marcha feminista abrazando a funcionarias de Fuerzas Especiales de Carabineros. 

Hay que recordar que durante ese mes explotó el denominado “Mayo Feminista”, semanas en las que mujeres de diferentes universidades y colegios comenzaron con tomas, marchas e intervenciones públicas denunciando la violencia machista en sus centros de estudio y exigiendo, por ejemplo, el despido de profesores acosadores, la expulsión de compañeros abusadores y la creación urgente de protocolos. 

En medio de una discusión sobre cómo la violencia machista inunda todos los espacios que habitamos las mujeres, incluido el educacional, sucedió esto: mujeres abrazando pacas. ¿Sigo sosteniendo mi tweet? Totalmente. Pero al mismo tiempo, ahora lo cuestiono en varios niveles, algo que me parece urgente desde la reflexión feminista, luego de conocer el caso de Norma Vásquez hace algunos días. Una carabinera de 21 años, asesinada por Gary Valenzuela, quien también pertenecía a la institución y a quien Norma ya había denunciado por violencia sexual. 

 ¿Qué es lo que hace que borremos tan rápidamente los contextos de cualquier reflexión? ¿Quiénes son mis compañeras? ¿Qué significa abrazar a una representante de la violencia de Estado en medio de una manifestación? ¿Qué reconocemos como violencia? Y claro, ¿son las pacas compañeras? 

Desde ese día del abrazo, en la calle comenzamos a ver escrito “la paca no es compañera”, “la paca no es sorora”. Con mucha más frecuencia desde el 18 de octubre del 2019. Incluso he visto poleras con ese estampado y pienso en cómo los tentáculos del capitalismo, una vez más, ofrecen la capacidad inmensa de borrar cualquier tipo de reflexión y carga política que pueda sostener una frase. “Girl Power” ya es demasiado mainstream. 

Foto original de Daniel Barril Saldivia, intervenida por EMF.

Definamos “compañera”

“Fórmula breve que se utiliza como expresión de una idea política”. Ese es el primer resultado que aparece en Google cuando buscas “¿qué es una consigna?”. Una consigna, un lema o  slogan, es lo que hemos visto especialmente cubrir las paredes de nuestras ciudades desde octubre del 2019 en Chile y son dispositivos que, insertos en el contexto de aquellos espacios públicos que albergan la protesta, tienen diferentes significados: anuncio, denuncia, arenga o alerta, entre otras. 

Pensando en los alcances de la frase “la paca no es compañera”, decidí un día llamar por teléfono a la académica, feminista y doctora en Filosofía, Karen Glavic y hacerle algunas preguntas. Luego de explicarle lo que me estaba cuestionando, ella respondió que “existen varios niveles de problema. Por un lado, distinguiría entre la potencia que tienen efectivamente el rayado, la consigna, que no necesariamente -y sobre todo para nuestras movilizaciones del último tiempo- no tienen el mismo peso o la misma elaboración que podría tener una frase que un grupo elabora con un programa. La consigna no es la escritura de un programa. Son espontáneas y diversas”.

Por otra parte, los medios a través de los cuales vemos estas palabras que tienen diferentes niveles de análisis, son lenguajes en sí mismos. Una consigna jamás será lo mismo que una conversación. Una foto de un rayado puesta en Twitter es más de una descontextualización a la vez, por tanto, el mensaje inicial deja de ser lo primero que fue, para ser interpretado de múltiples maneras. 

Si pensamos en consignas y feminismo en Chile, en la memoria aparece en los primeros lugares la campaña ¡Cuidado! El machismo mata, que la Red Chilena Contra La Violencia Hacia Las Mujeres impulsa hace catorce años. Es por eso que también quise preguntarle algunas cosas a Silvana del Valle, vocera de la organización.

La consigna yo creo que constituye un paso previo a la reflexión feminista, entonces, nacen de manera espontánea en las calles entre las mujeres. Ahí comienzan a surgir aquellas temáticas que más afectan la vida de las mujeres. En ese sentido, los temas que se plantean son aquellos que están preocupándoles, pero en muchas ocasiones dado precisamente que nacen en este fragor de la lucha, en esta masa en la que te ves acompañada de otras personas que están viviendo las mismas situaciones que a ti te generan daño, la forma en que salen esas frases son como una pre reflexión, les hacen falta una vuelta. Muchas veces estas consignas se instalan en el imaginario de las marchas e incluso en el imaginario feminista y luego de eso, se comienza un período de reflexión a nivel colectivo”, me dijo. 

Al intentar analizar la frase “la paca no es compañera” aparece una pregunta que los movimientos feministas llevan debatiendo décadas: ¿cuál es o son el o los sujetos del feminismo? No todas las mujeres del mundo son feministas, no todas las asesinadas son militantes o simpatizantes del feminismo. No todas son compañeras. Si miráramos el planeta Tierra desde el espacio exterior, con un telescopio y un interés sociológico, podríamos ver que quizás existe un tejido entre todos aquellos cuerpos susceptibles de ser víctimas de determinada violencia que nos vuelve compañeras. Y, por tanto, no solo mujeres cis, sino cuerpos feminizados: trans, travestis, homosexuales. Todos cuerpos precarizados expuestos a la violencia estructural del machismo.

Pero espera. Aún cuando no terminamos de pensar en una respuesta para esa pregunta surge otra ¿qué es ser compañera?. Karen apunta a interpelar ese término y pensar en su “arraigambre histórica, es decir, ser compañeras implica cierto compromiso en torno a una causa o cierto horizonte político, entonces, también una puede leer en la paca no es compañera, una distancia entre elecciones políticas. Es decir, efectivamente, Carabineros de Chile, las fuerzas armadas o la policía en el mundo, encarnan valores y proyectos políticos que son los de reproducir la violencia de Estado, entonces claro, desde ese lado, efectivamente la paca no es compañera y hay muchísimas más que no lo son, si es que el proyecto del feminismo es anti violencia de Estado y promueve los derechos humanos”. 

“Yo creo que podemos decirnos nosotras y pensar en todas las mujeres, y podemos decirnos compañeras y pensar en lo que significa ser compañeras en determinado proyecto político. Estoy pensando en el ejercicio que hace Butler al momento de pensar la precariedad. Pensar en ese nosotras como estilo de una realidad que nos une en tanto mujeres, en tanto que trans, travestis, homsexuales, en la precariedad o en ser cuerpos más expuestos a ser depositarios de la violencia machista y de otro lado, volver a darle énfasis a la palabra compañera en un proyecto o en ese encuentro de los feminismos, esta diversidad del feminismo que tiene diferentes posiciones”.

Silvana, por otra parte, me cuenta que en la Red también han hecho una reflexión en torno a la frase. Y “nace la pregunta de si podemos exigirle sororidad a otras mujeres o qué significa la sororidad. Si es un apoyo ciego a todas las mujeres por un lado, porque por sororidad se interpela a las feministas a no criticar a las mujeres que causan daño a otras o a la sociedad, desde el punto de vista de la derecha. Y desde otro lado también, se interpela por parte de las organizaciones sociales o grupos feministas a las carabineras de ser sororas, cuando el problema es más de fondo, es que la institución es profundamente patriarcal. Más allá de las individualidades de las carabineras, el problema es la institución patriarcal, sin ninguna intencionalidad de transformarse. Es capitalista, misógina, racista y debiera ser disuelta”.

Ser un objeto transaccional

En “Mujeres en la policía: miradas feministas sobre su experiencia y su entorno laboral” de la doctora en sociología de la UNAM, Olivia Tena Guerrero, aparece una frase esencial que a muches les puede parecer una reflexión básica o que se entiende de forma tácita, pero creo que es necesaria tenerla presente, si estamos pensando en los alcances de esta consigna: “Las mujeres en las corporaciones policiales son un espejo de la condición de las mujeres en la sociedad que todas habitamos”. 

¿Incomoda, a estas alturas, reconocer que las mujeres en una institución como Carabineros también sufren la violencia de Estado y de los hombres? No lo creo (y si incomoda, tampoco creo que sea malo). ¿Deseo secretamente (y no tanto) que ellas también se rebelaran en contra de todo aquello? Por supuesto. ¿La vida se compone de solo cumplir deseos? Pues no, mi ciela. Eso también es una mentira del neoliberalismo. 

Hace algunos días (y la razón por la cual no dejo de pensar en este lema escrito por las paredes de la Alameda) conocimos el asesinato de Norma, un caso que desvela de forma clara la violencia patriarcal en dos niveles: la del femicida y también la de una institución que no la protegió. 

¿Se puede esperar una perspectiva feminista de parte de una institución cuyas bases son patriarcales? Según Olivia Tena, no. Su investigación se basó en entrevistas y acercamientos con más de quinientas mujeres policías de México DF. “Las instituciones modernas no son neutrales al género, sino que se fundan en principio por pactos patriarcales hechos por los varones, en los que utilizan a las mujeres como ‘objetos transaccionales’ para pactar su pertenencia al grupo dominante”. 

En este estudio también se explica que, al momento de ser funcionaria y enfrentar la violencia machista dentro de la institución, existen “prácticas que dificultan la denuncia o para que la denuncia resulte insuficiente o incluso contraproducente para las mujeres policía (…) las mujeres que no ceden a las presiones o insinuaciones sexuales ejercidas por sus jefes, son sometidas a situaciones que vuelven mucho más hostil su ambiente de trabajo debiendo realizar cambios, traslados o hasta la renuncia”. 

Y por supuesto, también aparecen realidades que podemos leer como universales, desde la perspectiva de mujeres de clase trabajadora, como por ejemplo, ver su incorporación como una manera de mejorar sus sueldos para mantener a sus hijos. Otras que crecen con una idea planteada desde su círculo familiar en torno a que las policías tienen más opciones, más perspectiva de futuro, considerando que es un trabajo más “seguro”. 

En este punto, pienso en la decisión como concepto que reivindica el movimiento feminista. ¿Tiene límites o cuál es su alcance? En lo práctico, qué hacemos si hay mujeres que deciden pertenecer a Carabineros, aunque estando dentro puedan ver que entraron a un espacio machista, pero que esa decisión está basada en su historia de vida o contexto. Karen me dice que ella decide “no evitar estos conflictos, sino que intentaría darles contenido. Esa consigna en la calle tiene que ver con una alerta, con decirle a quien eventualmente pudiera -en un momento de persecución política o represión- confiar en las carabineras que ojo, la mujer que está ahí, de esta institución, es representante de esta institución también”. 

Dentro del estudio de Tena aparece la idea de que al interior de la policía se sigue ligando a las mujeres a los papeles de cuidado, asignándoles la vigilancia de lugares donde hay grupos o personas consideradas vulnerables. Con Karen, justamente, hablamos sobre esto, cuando recordamos en medio de nuestra conversación el episodio de las estudiantes abrazando a pacas en la Alameda. 

Me contó que “una de las que abrazaron a las pacas en esa marcha, era de la universidad en la que hago clases y tuvimos esta conversación justo después de lo que había pasado. En ese momento les dije que había que tomar en cuenta el contexto en el que esto pasaba. No se trata de no reconocer en tanto mujeres a la policía, pero sí entender que en este campo de batalla que era la manifestación en la calle, es la policía la encargada de mantener el orden con todo lo que eso significa en Chile y, además, no hay que perder de vista que mucha veces utilizar a las policías mujeres es una manera de higienizar ciertas formas de la represión”. 

La víctima perfecta y la camisa de once varas

“Sé que en el caso de Norma se cruzan un montón de cosas, no solo que haya sido paca. Pobre, joven, de Linares. Eso también nos interroga ahora en su caso. Voy a darte un ejemplo extremo”, me dice Karen. 

Y lo expone: 

“Supongamos que este caso de violencia ocurriera sobre el cuerpo de Jacqueline van Rysselberghe o Cecilia Morel. Y una puede pensar que son mujeres que toman ventaja del poder que tienen o que ocupan un lugar desde el que van directamente en contra de los derechos de las mujeres. Pienso en mujeres reaccionarias, que están en contra del aborto, qué se yo. Qué pasa si mañana una de ellas sufre violencia y el movimiento feminista dice ‘bueno, esto es violencia machisma, estructural, en contra de las mujeres’. Me parece que lo que debiera ser un espacio para unificarnos es el reconocer que la violencia es estructural, porque no hay mujer que esté libre de recibir esa violencia. Pero que eso no necesariamente nos hace tomar distancia de que hay mujeres que pueden encarnar otros proyectos políticos distintos a los del feminismo”. 

No es posible pensar en un proyecto emancipatorio, es decir, que elimine o desarticule la dominación patriarcal en este caso, si no se piensa de forma universal, no solo para algunas, algunos o algunes. Pues si es para algunas, caemos inmediatamente en la trampa de la víctima perfecta y en el laberinto de los cuerpos que importan

En medio de un coloquio en el 2013, Olivia Tena presentó su estudio y dijo que en general, “también se les asigna a la atención de mujeres víctimas de violencia, pues se considera que tendrán más empatía con ellas, o en la infracción de multas, pues se piensa que las mujeres son menos corruptas”, aunque esto no necesariamente es verdad, ya que “las mujeres también tienen derecho a ser malas”, según consigna una nota de Cimacnoticias.

Las mujeres también tienen derecho a ser malas, vaya que sí. Las villanas también son parte de nuestra historia y, si exigimos el derecho, el espacio y las herramientas para escribir la historia, no podemos ni debemos borrarlas (además, quizás lo ignoras, pero perfectamente tú puedes encarnar el papel de villana para alguien más). 

Desde hace algunos años me parece cada vez más atrayente el trabajo de rescate de nuestra propia historia: las “malas”. Es por eso que me obsesiona Doña Lucía de Alejandra Matus, disfruté Las Homicidas de Alia Trabucco y la obra de teatro La Sección: mujeres en el fascismo español me pareció fascinante. En esta última, bajo la premisa (totalmente acertada) de una visión androcéntrica sobre la guerra y la dictadura en España durante el siglo XX, las escritoras Ruth Sánchez González y Jessica Belda y la directora Carla Chillida se centran en Pilar Primo de Rivera, Mercedes Sanz-Bachiller y Carmen Polo, tres mujeres fascistas indispensables para el régimen, a través de la Sección Femenina, una rama del aparato similar pero no exactamente igual a CEMA Chile: cubrir la maternidad y la sumisión de una épica patriota. 

El flyer que te entregaban cuando llegabas a ver la obra en el Teatro del Barrio. Lo atesoro como buen recordatorio. (Acá puedes ver la obra completa)

Por otra parte, me parece que, en términos generales, el movimiento feminista a nivel mundial ha caído en una trampa sobre todo durante el último lustro, que son precisamente los años en que el capitalismo ha bebido del feminismo de forma más obscena. Es una trampa que tiene que ver con el levantamiento de figuras públicas como representantes, amparado por la gran red publicitaria de individualidades que son las redes sociales. 

Por un lado, aparece una comunidad que erige sobre sus cabezas a mujeres como modelos a seguir, como esas feministas supuestamente intachables de las que debiéramos querer aprender porque muchas veces nos plantean reflexiones de una forma fácil y completamente alejada del lenguaje académico. Cercanas y precisas, muchas veces los cuestionamientos no generan desagrado en la audiencia, pues se realizan desde las individualidades, sin un horizonte político y colectivo. 

En la otra esquina, está aquella figura que se define genuinamente feminista sea cual sea el estado de su proceso reflexivo, a la que tampoco le vendría mal un poco de promoción y seguidores, sobre todo si es parte de las precarizadas industrias creativas. Y así, más temprano que tarde, existirá una comunidad decepcionada de aquella persona y, por otro lado, una persona que gestionó su autoestima a través de los seguidores de esa comunidad y, al mismo tiempo, su poder para acceder a ciertos privilegios de capital social, por ejemplo. 

El resultado: una comunidad decepcionada de un supuesto proyecto político que sentó sus bases sobre humo, sin organización real y que, probablemente, le costará volver a confiar. ¿Quién gana con ese quiebre? Pues claro, el fascismo.

“¿Quién tiene la autorización para decir esto se hace o esto no se hace? ¿esto es feminismo, esto no es feminismo? Ese lugar siempre nos pone en un atolladero, es decir, tienes que estar cumpliento todo el tiempo con el requisito de nunca equivocarte, en circunstancias que la política es justamente lo contrario, es a veces poner una consigna y después tener que ir a borrarla. El problema es, a veces, esencializar demasiado el lugar de la mujer, eso de que nosotras portamos ciertas características para la política que nos hacen mejores entre comillas, que los hombres, por ejemplo, nos mete en una camisa de once varas. Después cómo cumplo con esto, si yo también me equivoco”, reflexiona Karen.

Por otra parte, también puedo ver un nexo en la manera de la protesta desde la revuelta social del 18 de octubre y la creación de ídoles , dentro de los últimos años en el movimiento feminista. En ambos procesos hay fragmentación, una sensación de unidad vulnerable, siempre a punto de quebrarse. Lo ejemplifico con algo que mencionó Karen. 

“Hemos estado ante un proceso en el que hemos sido muchas individualidades saliendo a la calle. Este ejercicio de pintar el GAM o poner cada uno un post-it habla también de una atomización. Por un lado, qué bonito que cada uno saliera y que nos demos cuenta que todos somos sujetos precarizados, precarizadas y precarizades, pero desde otro lado, son 200 mil millones de post-it con los que tampoco construimos un programa para adelante”. 

Tú, que estás leyendo, quizás puedas disentir, pero yo veo claramente puntos en común: un vómito (necesario) después de décadas y décadas de injusticia y violencia; la urgencia de levantar figuras que una y otra vez -cada vez más rápido- son criticadas y bajadas a empujones del pedestal otorgado por no cumplir con la moral de miles de individualidades diferentes, la fragmentación que impide pasar al siguiente nivel: el planteamiento de un programa político que haga un contrapeso a la organización siempre infalible del fascismo. 

¡No caigas! ¡Es una trampa! 

Quizás debí decirlo antes, pero son tantos los niveles de análisis que es imposible jerarquizarlos, porque están todos enlazados de alguna u otra forma, sin un orden particular. Lo dejo claro: desde que conocimos el caso de Norma, al menos en mi burbuja de internet, no he leído a otras mujeres diciendo que esto no fue un femicidio. O celebrarlo. Los únicos cuestionamientos que he visto son a la institución y, por otro lado, a los bots escribiendo en mayúsculas y con faltas de ortografía y gramática (que no reproduciré) “y ¿dónde están las feministas ahora?”.

Me imagino que, por supuesto, en algún lugar de este país existen mujeres que sí pueden sentir que les da lo mismo porque Norma era carabinera, no lo sé, puede ser. De las diversidades es el reino del feminismo y yo no soy quién para ponerle límites. El punto es que, para mí, la relativización del caso de Norma, como discurso desde el feminismo en internet es un invento. Son los bots trabajando día y noche. 

Karen coincide conmigo en este invento, en esta provocación. “Creo que es algo que ocurre también en otros ámbitos, como cuando se discute sobre los derechos humanos de los carabineros. Son trampas que nos ponen todo el tiempo los movimientos reaccionarios. En la medida en que la forma política en que nos movemos hace de cualquier disenso o de cualquier posición que no sea aparentemente neutral, un problema… yo creo que no hay que caer en esa trampa. Quizás para el tema de las redes sociales no haya mucho arreglo, pero quizás es importante poner estas reflexiones sobre el papel para profundizar entre lo que nosotros consideramos como sujeto del feminismo o también, algo que es super importante, desplazar la pregunta en torno al sujeto y pensar más en términos de movimiento, de correlación de fuerzas” .

Puedes ser tú misma

Me gustaría concluir esta serie de reflexiones que no alcanzan a tener una conclusión tajante, blanca o negra, positiva o negativa, con algo que me contó Silvana del Valle. En el caso de la campaña de la Red, hablamos de una organización con una estructura y un planteamiento de objetivos. Un programa. Por tanto, en un inicio la consigna puede tener todo que ver con aquella que se ve en las calles, pues, tal como explicó ella en un inicio, estas frases aparecen de forma urgente condensando ideas o realidades que hacen daño a las mujeres. Pero luego aparece un proceso reflexivo colectivo y muchas veces esas palabras pasan a tener una nueva vida. 

“En algunas ocasiones las consignas son transformadas cuando se logra dar cuenta de que existe algún tipo de contradicción en las mismas. Por ejemplo, recuerdo “puede ser tu hija, puede ser tu hermana, a la que asesinan, violan o maltratan”. Después de un proceso reflexivo, las compañeras la transformaron en “puede ser tu hija, puede ser tu hermana, puedes ser tú misma, a la que asesinan, violan o maltratan”, porque de la otra forma en que estaba instalada, parecía ser una interpelación a los varones”, me explicó.

¿Qué me hace pensar todo esto? Ideas poco originales sí, pero que parecieran ser muy difíciles de llevar a lo práctico, mantenerlas constantes y vivas. En primer lugar, el pensamiento no es estático y por tanto el feminismo tampoco. Tenemos que abrirnos a la idea del cambio constante, de encontrar el valor en cambiar de opinión para avanzar.

Por otro lado, no hay manera de crear un proyecto emancipatorio sin cuestionarnos lo que incomoda. Vivimos en un sistema que nos mantiene fracturadas, reflexionando el feminismo desde nuestras individualidades, porque la estructura es tan abominable, se cuela tan rápido en todos los espacios, tomando formas amigables, que hasta nos hace acomodar ciertas reflexiones a nuestra forma de vida para que no incomode tanto el pensamiento. Es una lucha constante. 

Y en tercer lugar, es imposible concretar un proyecto feminista deslavándolo, higienizándolo políticamente y evitando los debates y la heterogeneidad de pensamiento. Es un proceso colectivo donde nuestras individualidades deben ponerse al servicio de las comunidades (y en tensión permanente) y no al revés. 

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