Belén Fernández, escritora: “No conocí la historia grande fuera de mi historia chica”

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El amor y la muerte son probablemente las dos fuerzas más descritas y narradas en la historia de la literatura. El fin de la vida, como único desenlace para cualquier organismo que nació y estuvo vivo, llena páginas y páginas, desde las notas policiales en los diarios hasta las novelas en las bibliotecas. ¿Se puede relatar, a estas alturas, de forma fresca o sorprendente y emocionante sobre el tema? Belén Fernández Llanos demostró que sí en “Ella estuvo entre nosotros” (Overol, 2019), una novela en la que se aborda la relación de una hija y su madre con un telón de fondo claro: la enfermedad y la muerte en Chile a principios de la década del 2000. 


La memoria es “peligrosa”. Al recordar, siempre está el riesgo de no coger bien la curva, caer al despeñadero de la imaginación y, a través de ella, nadar en una piscina eterna de idealización. Aunque Belén venía de formarse en la crónica, en el proceso de escritura de esta novela, dice que le perdió el respeto a la realidad. “Eso pasó desde el momento en que empecé a decidir y conocer que podía ficcionar, que fue un descubrimiento en el libro, antes había escrito más crónica y en eso me había formado. Había tomado talleres de crónica, pero cuando decidí empezar a entrar en el terreno de la ficción, a mis propios recuerdos dejé de tomarlos como si fueran realidad, perdieron ese estatus. En principio porque tengo dudas sobre algunos, hay cosas que no recuerdo muy bien y sé que ya en mi memoria viven ficcionadas, no fueron así. Y pensé, bueno, si en mi memoria viven como ficción, fui y los ficcioné más. Radicalicé eso. Desconfío de la categoría de realidad y creo que fue una de las mejores cosas que pasó con el libro. Voy a contar lo que quiera contar, aunque no tenga ningún apego a nada”, explica.

“Tomé un taller con Zambra en el 2015. Yo fui mucho con el rollo de la no ficción y el pacto, bla, bla, bla y él me dijo ‘da lo mismo eso’. Pesado. Yo pensaba, ay, escritor, hombre, famoso, no sé qué y lo odié. Y después en el proceso del libro me pasó eso. Da lo mismo cómo pasó y cómo yo lo recuerdo. Y esta hueá es muy loca, mi mejor amiga que aparece en el libro, me dijo que solo no le había gustado una cosa: el recuerdo de la clase de religión. ‘Es mucho mejor como fue en la realidad’, me dijo. Me lo contó, la escuché y tiene toda la razón. Confío mucho en la memoria de Juanita. Y yo jurando que esa parte era súper crónica”. 

En un taller de crónica tuvo que hacer un ejercicio, mucho antes de pensar en este libro como novela. Y ese ejercicio fue la primera página de “Ella estuvo entre nosotros”, casi tal cual, no tiene cambios. “Después, cuando Overol me pidió escribir sobre esto, ellos mismos me dijeron si quieres ficcionaliza. Ellos me empujaron mucho a hacer el ejercicio que finalmente hice. Ya no estaba ni ahí con la no ficción en mi propia historia y creo que es mejor. Creo que es poca gente la que puede de un tema tan íntimo y doloroso escribir no ficción. Son pocas personas, porque es difícil y por eso una las admira tanto. Pienso por ejemplo en Gabriela Wiener, onda, ¡cómo contái esto de ti!”, dice. “Estuvo bien la ficción como una forma de protegerme un poco de ese proceso de escribir de algo tan duro”. 

“¿De verdad Chile va a ser así?”

La novela de Belén tiene algo que -me permito esta licencia para opinar a destajo- tienen las mejores historias. Son cebollas. Tienen capas. Se pueden encontrar diferentes caminos para leer lo que se cuenta, casi como la serie literaria “Elige tu propia aventura”, pero de forma tácita. En el relato nos va alumbrando con linternas y si queremos, podemos juntar todos esos pedazos para crear una escena amplia, como si fuera El Jardín de las Delicias de El Bosco. 

“Eso fue intencionado”, dice en relación a esas pistas que iban entregando el contexto social y político en el que se enraizaba esta historia, que no es desconocido. Es reciente, de hecho. Un Chile con una década de transición.

“Tenía mucho la necesidad de referirme a esa época súper rara y creo que hay gente de mi edad -o más chica incluso- que está llevando los dos mil a la literatura. Los noventa ya tienen una identidad, la vuelta a la democracia, por más crítica que sea la voz. Pero ya existen discursos sobre eso, para qué decir de los ochenta. Creo que todavía hay unos terrenos muy bacanes de explorar, que son los inicios de los dos mil, cuando llevábamos diez años de Concertación y era como, chucha ¿de verdad Chile va a ser así? ¿Esto va a ser? Yo me acuerdo de la decepción de mis papás, políticamente hablando. No lo decían mucho, porque igual eran gente super tradicional, eran mucho de la idea de que hay que creer en los partidos políticos y hay que creer en los líderes”.  

—¿En qué percibías esa decepción?

“Mi papá tenía amigos del Partido Socialista y a veces lo invitaban a las reuniones. El loco llegaba contando que todo eso era una huevada, que era pura gente que iba a darse color, a dar discursos, que nunca decían lo que iban a hacer concretamente. Lo escuché mucho de él. Que todavía había mucha pobreza, mucha gente con necesidades y estos partidos que habían sido la voz de esas personas, ahora no estaban ni ahí”.

“Creo que de él lo sentí mucho, de mi mamá quizás no, porque era una señora conservadora de izquierda. La izquierda es muy conservadora aunque no tenga tanto esa chapa. Y claro, también se murió el 2001, todavía no veíamos la real cagada que era esto. Pero yo siempre pienso en si mi mamá estuviera viva, qué opinaría de este mundo. De esta tele. Veíamos tele en los noventa y ahora las veces que la veo pienso, qué chucha la programación cultural. Siempre pienso en ella. ¿Ella votaría por estas personas? Creo que esa decepción yo la olía y por supuesto que es mi propia visión del asunto, que es más radical que la de ellos, me imagino”. 

Belén me explica que sentía la necesidad de hablar de Chile en esta novela. No quería tan solo escribir una historia familiar y cree que tiene que ver con su formación, entre otras cosas. “Yo estudié Historia y aunque reniego un poco de eso, yo ando viendo los contextos y las características de los tiempos en todas partes. En las estéticas de las casas, por ejemplo. He vuelto a ir a mi barrio de infancia y es super aspiracional, ordinario. O la estética de la casa de mis abuelos, que es gente obrera. Todo eso para mí era importante meterlo. Pensé en que tenía que hacer una escena en la que se vieran las casas, que se hablara de la Concertación, quería que saliera el socialista renovado. Y lo que fui identificando como algo bacán de la ficción, es que una puede inventar antagonistas, que una puede poner todo el mal de la vida y la sociedad en personas. Y decidí que ese fuera el socialista renovado”. 

“No conocí esa historia grande fuera de mi historia chica”

Una de las fuerzas que te obligan a seguir leyendo esta novela, quizás la principal, es cómo una hija relata lo que la enfermedad y la muerte genera en su vida íntima y familiar sin ninguna glorificación. Es como si en la descripción de escenas y acciones cotidianas, por esta joven de catorce años, se depositara toda la sabiduría de la historia del ser humano, pero ella ahí, sin saberlo, mientras acompaña a su madre a un hospital, mientras va al colegio, mientras habla con su amiga. 

“Desde el principio elegí un tono o un paisaje de fondo de una familia que yo la encontraba bien espeluznante en su prácticas y actitudes. Cuando estaba empezando el proceso del libro, la palabra espeluznante era algo que tenía muy metido en la cabeza. Quería que la historia fuera espeluznante, finalmente no quedó así, tiene matices de muchas cosas, pero desde el principio quise construir una imagen de adultos negligentes y, sin embargo, que aman. Y que hacen muchas cosas por amor, todo diría yo. Y en eso se equivocan mucho. Entonces no me fue difícil no idealizar a mi mamá o a mi papá, porque tenía esa intención y aún así pienso que hay pasajes del libro que son de amor y profunda emoción, hay cosas que yo todavía leo y digo ‘yo acá estaba anhelando acostarme en la cama con mi mamá y sentir su calor y su olor de una manera muy brutal’. O también creo que presenté al personaje del padre muy amante, muy enamorado de la madre, pero aun así, gente falible”. 

Algo que me encanta de “Ella estuvo entre nosotros” es que es un cachetazo a los prescriptores de cuáles deben ser las grandes historias de la literatura universal. Todo lo que digo a continuación está basado en las hemerotecas y, por supuesto, en mi experiencia como lectora apasionada que más tarde que temprano empezó a descubrir que tuvo muy pocas oportunidades para leer lo que tenía que decir la mitad de la civilización.

Esta es una novela escrita por una mujer y eso para los señores prescriptores, significa inmediatamente que es algo que debe ser leído por mujeres, porque nuestra experiencia es solo nuestra. O acaso ¿por qué creen que las mesas redondas de expertas se han acomodado tan bien en los programas de ferias y encuentros, al menos, mejor que los mixtos? Porque es cómodo. Que hablen entre ellas sobre visibilización y discriminación. Acá tienen una mesa. ¡A nosotros nos dejan los temas importantes! Me los imagino diversos: algunos fumando pipa, otros como editores de sitios de cultura digitales. Otros a veces se ponen un pañuelo verde en el cuello. 

Con este libro, todos ellos desaparecen por combustión espontánea. La muerte es un tópico universal, sí, pero además, el talento con el que narra Belén y cómo escoge los elementos a los que quiere dar luz -los domésticos- también lo son.  

“A mí me pasa con eso que… una amiga me lo decía, por supuesto, como todas las grandes verdades… hablábamos de esta historia nacional y familiar. Y ella me decía que no eran dos historias distintas, porque todas las cosas que sabíamos sobre el afuera, sobre el mundo, el país, eran cosas que aprendíamos lavando los platos, ayudando en la cocina, en las vacaciones conversando en el auto. No conocí esa historia grande fuera de mi historia chica. La conocí en espacios domésticos. Entonces para mí conviven una dentro de la otra. Jamás, ni siquiera estudiando Historia, he accedido a ese discurso más grande fuera de mi mundo chiquitito. Creo que esa es una de las cosas que hay que valorar, no son espacios separados, claro que hay que escribir y se escribe de lo cotidiano, porque de ahí aprendimos todo lo que sabemos los que tuvimos la fortuna de ser formados por padres a los que les interesaba nuestra formación. No toda la gente puede decir lo mismo. Todo es cotidiano, todo es personal, incluso cuando uno estudia historia, todo eso que lees te interesa o no porque toca algún punto de tu propia subjetividad”. 

Aquí le digo a Belén que pienso en mi abuela. En cómo obligaba a mi madre a desarrollarse fuera del ámbito doméstico. En cómo le decía “estudia para no depender de nadie”, “tu única obligación es estudiar, yo cocino”. Y cuando aparecí yo en el árbol genealógico, el vivir afuera ya estaba más normalizado, porque era algo que mi madre conquistó cuando estudió para ser profesora de Castellano, entonces, para mí la idea de ir al colegio o estudiar, no estaba por sobre aprender a cocinar con mi abuela, que era la que me cuidaba para que mi madre trabajara. Yo habité ese espacio también, se me permitió y lo hice mío.

Así veo cómo mi relación con lo doméstico es muy diferente a la que tuvo mi madre. Y aún con esas conquistas que empujó una mujer desde el Hogar -sí, con mayúscula- en los otros espacios que pude habitar, como el académico, nunca se me presentaron autoras como pensadoras universales, aunque mi biografía completa temblara leyendo “El Árbol” de María Luisa Bombal y no a Hemingway. 

“Estudiando Historia en una universidad incluso prestigiosa, esa valoración distinta opera caleta. Yo por lo mismo empecé a huir de la Historia, por supuesto que iba a terminar, porque me gustaba, pero empecé a tomar ramos en literatura en la u y pensé que estaba puro perdiendo el tiempo estudiando Historia, aunque agradezco haberlo estudiado. Fueron años de leer a hombres que hablaban de monarquías con profesores hombres que hablaban sobre monarquías y con una actitud de como si fuera el rey de la sala, pero para mí eso fue super formativo. Todo esto de la Historia es todo lo que yo no quiero hacer en la vida, me lo tomé de esa manera y, paralelamente, me fui a formar a estos cursos”. 

“Hubo uno sobre escritoras latinoamericanas de mediados del siglo XX, una huevá maravillosa que era exigente, había que leer harto, me gustaba mucho. Y aprendí todo esto que estás diciendo tú bien chica igual, a los veinte años, entonces, la cabeza se me dio vuelta al tiro, de manera super académica. Mi primer acercamiento al feminismo fue la crítica literaria feminista, gracias a estos cursos y ahí dije, todo lo que estoy aprendiendo en esta carrera, filo con esto, esto es lo que no voy a hacer”. 

“Cuando hacía clases en la u procuraba desde el principio que habláramos de la historia de sus familias. Ese era su primer trabajo, hacer la historia de sus familias. Eran humanos recién llegando a la universidad, entre cagados de susto, no cachando nada, algunos primera generación en entrar a la u, y los locos en llamas haciendo la historia de su familia. Yo les decía: traigan fotos, traigan música, filo con Bernardo O’Higgins y vibraban. Funcionaba. Y de ahí en adelante, claro, iba metiendo bibliografía tradicional que sé que tenían que saber, pero cambiaba el punto de inicio. Esa Historia que está ahí existe, hay gente que la ha elaborado, un montón de cosas se han erigido a partir de eso, partiendo por el Estado y no nos importa. No vamos a aprender eso, vamos a hacer otras cosas. Creo que yo tuve una cuea gigante en la universidad de haberme desviado de Historia pronto y a su vez, no creo que haya estado mal seguir en la carrera, me enseñó muchas cosas. Cómo no hacerlas, por ejemplo. 

“Al tiro caché que me gustaba mucho más leer a Marta Brunet que la bibliografía de monarquías. Esa es mi experiencia, de una persona que se formó académicamente, pero hay un desafío -que es lo que a mí me interesa- de traducir todo eso a la divulgación. De hacer un ejercicio creativo en un lenguaje de divulgación, para que eso no se quede en la gente que pudo estudiar literatura en la Chile. Siento que mis habilidades y mis intereses tienen que ver con traducir esa cosa a la que pocos llegan. Transmitir una idea de una Historia de la que una se sienta parte, que te sientas sujeto histórico. Siempre le decía a mis alumnos: levante la mano quien tenga antepasado parlamentario. Porque eso estudias cuando estudias Historia. Reformas. Y ¿Quiénes las hacen? Los parlamentarios. Nadie la levantaba. ¿Algún familiar de un presidente de Chile?, menos. ¿Alguien tiene un ancestro alcalde? Nadie. Y yo les llevaba fotos de mi familia, de mi abuelo llegó hasta cuarto básico y era obrero. Esa es la historia que somos nosotros, la otra no nos pertenece y por algo no nos interesa tampoco”. 

Ganarle al tiempo

Le cuento a Belén que su libro me hizo recordar una frase de la historiadora Alejandra Araya, en un discurso con el que inauguró la Feria del Libro de Santiago en el 2012 (tengo mala memoria, excepto para cuando se trata de revelaciones): “En un mundo precario solo nos salva el derecho a la belleza”. Y en esta novela, ese es el subtexto que la recorre por completo. Con palabras simples, Belén logra crear imágenes bellísimas, aunque nos ponga al borde del horror. Por eso no es raro reír y al dar vuelta la página llorar con desconsuelo absoluto. 

“Justamente lo que lo hace transversal a cualquier producción artística, tiene que ver con que fuiste capaz de producir belleza, es lo que conecta a las personas”, dice. “Es el ejercicio literario de hacer una experimentación con las palabras, de probar cosas estéticamente, de que haya eso que es la experiencia más o menos real de una niña, pero no desnuda, sino construida y trabajada con un traje que una le hizo con palabras, tratando de que le quedara lo mejor posible, sin tanto artificio, sin necesidad de agradar, de ocupar recursos repetidos”. 

“Hay un ensayo que yo siempre recomiendo de Zadie Smith que se llama Fracasar Mejor, sobre la escritura. El estilo -nosotras podríamos cambiarle el nombre a la belleza- tiene que ver con estar siendo lo más auténtica posible, ella dice, sin tomar atajos. En el fondo, sin agarrar recursos repetidos, sino que construye tú la cuestión, haz la pega de mostrarlo desde tu punto de vista singular. Eso es muy hermoso, hace que valga la pena, desde el ejercicio de la producción -que es una paja- pero esos momentos en que una logra combinar los recursos para que salga belleza es una sensación de mucha adrenalina. Y pienso en lo que decías antes, sobre cómo lo doméstico es tu espacio al que decidiste volver, para mí también. Estoy cómoda en mi casa. La adrenalina, el hastío, todas las sensaciones, las produzco acá. Cocinando, obligándome a regar las plantas, escribiendo a veces, odiando lo que escribo, odiando no escribir. No lo encuentro afuera todo eso”. 

“El otro día con La Secta [editorial de la cual es cofundadora] hicimos un mini taller y hablábamos sobre eso. Yo les contaba que en los momentos más poéticos del libro había hecho el esfuerzo de quedarme en una sensación y describir qué había ahí. Les decía que era un ejercicio con el tiempo. De estirar el tiempo, suspenderlo y quedarte habitando esa sensación que se fue rápido. Escribir y ver qué sale. Y esos son los pedacitos más poéticos del libro. Es hermoso, es ganársela al tiempo. Algo tan rápido de lo que podrías no acordarte, una con la escritura decide quedarse ahí, en ese espacio. Es como un superpoder”. 

*Los retratos son de la fotógrafa Teresa Arana, intervenidos por EMF 🙂

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