La cotidianidad del habitar: Testimonios trans en la pandemia por Covid-19

Foto por @valpalavecino

En días en que hay que buscar un techo para guarecerse, porque un virus suena a amenaza de muerte, en que el trabajo escasea o en su defecto, agobia; en estos días, las consecuencias las sufren de forma más aguda mujeres y disidencias.

Al sur de este continente, mientras caen el frío y el hambre, se vuelve palpable que en la sociedad hay cuerpos que importan más que otros, y pareciera que solo algunos son garantes de derechos. Algunos de esos cuerpos son los de personas transgénero. 

Según estudios de Glaad, una organización sin fines de lucro que trabaja por los derechos de las personas LGTBQIA+, solo en Estados Unidos, más de un 90% conoce a una lesbiana, gay, o bisexual, mientras que casi un 80% dice no conocer a alguien trans. Pero siempre han estado entre nosotres, solo que no todas las personas trans deciden visibilizar sus historias, tampoco todas son activistas. En algunos casos, el motivo principal suele ser que salir a la calle, o salir del closet, para algunes sigue significando exponerse a ser discriminades o a que les agredan. 

No solo ocurre en la “vida real”, sino también en el plano virtual. Un ejemplo claro de esto fue la situación que generó un tuit de la autora de Harry Potter hace semanas. Se trató de un mensaje, en el que hacía alusión a dejar de usar el concepto personas menstruantes para incluir a todas las mujeres, a propósito de una campaña feminista de recaudación de artículos de aseo íntimo. Lo que planteó la autora es transodiante, pues anula la existencia de cuerpos diferentes a lo que permite el binarismo impuesto por la heterocisnorma. 

Para Andy, un chico trans, transactivista y fotógrafo, fue una vulneración. “Cuando me declaré feminista, pude conocerme, decir que soy trans, y es doloroso cuando estás en espacios que crees seguros, pero te agreden. Yo soy grande y me siento conforme conmigo, pero sé lo dañino que puede ser para un niñe trans escuchar eso y creo que en lugar de discutir si ‘somos cuerpos menstruantes’, que algunes lo somos, deberían poner el foco en que hay una necesidad no cubierta”

En eso también concuerda Jota, una persona trans no binarie, licenciade en Literatura, escritore y barista. Para él la identidad no es algo estático, no es blanco o negro. Acerca de los discursos transodiantes, tiene cero tolerancia. “Pese a mi tratamiento, todavía me siento a principio de mes como cuando menstruaba, me duele el útero como no me dolía antes incluso. El cuerpo cambia lento, los pelos crecen lento, hay que aprender a habitar el gris como un lugar. Eso es lo que los discursos transodiantes no ven, podrían preocuparse de ampliar los derechos humanos para todes y todas”.  Estas son sus historias y también las de otras personas trans que resisten en la pandemia. 

Salud digna (o un poco digna)

Foto por @lampiri2

Andy y Made viven juntes con su perrita Alicia, hace tres años, en un departamento en Recoleta —una de las últimas comunas en entrar en cuarentena—. Andy, es un chico trans, transactivista y fotógrafo. Son pasadas las 19 horas, Made acaba de terminar su jornada de teletrabajo y Andy recién llega a la casa. Desde su intimidad, contestan a esta videollamada. La vida de ambos antes del Covid era diferente. Salían, iban a conciertos, a ver espectáculos de danza o teatro, pero Andy perdió su trabajo de fotógrafo freelance en diciembre y como una alternativa, desde marzo comenzó a hacer turnos en la recepción de una veterinaria. 

Tras la llegada del Covid a Chile, su principal preocupación fue su tratamiento hormonal, que recibe a través del sistema público, en el programa de identidad de género del hospital Sótero del Río. En marzo le avisaron que había demora, pero logró recibirlo a tiempo. “Retrasar la hormona es complicado porque tu cuerpo se vuelve un poco loco, físicamente te sientes pésimo. Investigué mucho sobre qué medidas tomar, e hice una guía que compartí en Instagram. Lo ideal es asegurar tu tratamiento para tres o seis meses”. Una de sus vecinas, una chica trans, no corrió la misma suerte para adquirir, en su caso, inhibidores de testosterona y recurrió a él. “Ella se quedó sin receta, y no pudo contactar a su doctor, pero por Twitter encontré a alguien que la ayudó”, comenta. 

Foto por @_casterclass

El programa del Sótero fue creado por personal médico voluntario y es integral, cubre áreas de psicología, fonoaudiología, ginecología, endocrinología y asistencia social. “Era complicado reunir la plata cuando tenía otro trabajo, ahora es imposible, hay otras necesidades tan básicas como comer, no es mi caso, pero hay compañeres que están haciendo rifas”, relata.

De acuerdo a su experiencia, el programa ha funcionado bien hasta ahora, pero eso no se ve replicado en todo el país. “Partió porque vieron la necesidad de dar dignidad a un grupo de gente, pero en otros centros de salud no es así, o te tratan por tu nombre muerto y te discriminan. Yo soy de Curicó y no sé cómo lo habría hecho allá”.

Si bien la labor del personal ha sido ejemplar, hay cirugías, como la extirpación de útero y la mastectomía, que están en pausa. “Para mí es urgente operarme los pechos, pero ahora no se puede. Si somos 700 personas, ¿cuántos años faltan para que me toque?”

Las barreras son estructurales

Desde su casa en Valparaíso, Constanza Valdés, abogada y activista trans, refugiada con sus gatos que se pasean delante del aparato desde el que se está comunicando, comenta algunas de las principales dificultades a las que se ha enfrentado la comunidad trans durante la pandemia en Chile

Según Constanza, existen dos aristas, la primera tiene que ver con el reconocimiento de la identidad de género y la segundo con problemas más estructurales, asociados a la salud, la vivienda, el trabajo, y la educación. En mayo, el registro civil dejó de recibir solicitudes para cambio de nombre y sexo registral. Recién este jueves 25 de junio se anunció una nueva modalidad, pero no protege de transfobia a la población trans al salir a la calle, “pues la expresión de género va a ser diferente a lo que esté en la cédula y en esta sociedad binaria, te van a decir que no corresponde”. Así le sucedió a un chico trans migrante, a quien detuvieron para un control en el transporte público y tuvo que dar explicaciones. En torno a este tipo de situación, Constanza no ve el por qué de seguir efectuando este trámite de forma física. “Se podría hacer digital, porque hoy en día incluso se están realizando audiencias judiciales por esa vía”. 

La lista crece. Otra situación, tiene que ver con beneficios sociales. “Algunas personas trans han tenido problemas para acceder al Ingreso Familiar de Emergencia y al Registro Social de Hogares, e incluso hay quienes figuran con ingresos mayores a los que tienen y datos que no corresponden con la realidad”, plantea. 

La salud, tampoco es para todes. “El ministerio de Salud no tiene ninguna política pública destinada a este tipo de necesidades de las personas trans, cada servicio de salud ha establecido sus criterios, se continúa patologizando a las personas trans y si te atiendes en el sistema privado, te encuentras que en las farmacias no hay stock”. Debido a la diferencia entre cada centro de salud a nivel país, según información que Constanza obtuvo, en algunos se ha suspendido la entrega de tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas, como en el hospital El Pino.

El acceso a la vivienda, también es tema de conflicto, pues como explica Constanza “gran parte de la población arrienda una pieza, porque no tienen el poder adquisitivo, o porque no le quieren arrendar por transfobia”. También está el problema del agua, pues al no tener una vivienda de digna, Constanza manifiesta que “el acceso al agua también será limitado, sobre todo ahora que se exige lavado de manos y limpieza de artículos”. 

Si para una persona trans conseguir trabajo es complicado, en pandemia, lo es el doble. “Las personas trans por regla general nunca han tenido acceso a la seguridad social, Amanda Jofré —sindicato y corporación de personas trans— hizo un estudio del 2013 que dice que el 95% de las mujeres trans en Chile ejerce el trabajo sexual y ahí hay harto que visibilizar todavía”. Constanza explica que la falta de protección en el trabajo, además, deja al descubierto que no se podrán asegurar cotizaciones, ni una pensión de vejez, ni mucho menos un seguro de cesantía. 

“Desde el punto de vista del trabajo, si sufres precarización laboral en este tiempo, ¿quién va a querer levantar la voz? En este periodo se abre una puerta a la profunda precarización y discriminación de la población trans”. 

En cuanto a educación, a pesar de que la mayoría de las universidades tienen protocolos, en la práctica es probable que se vulnere la identidad de personas trans, como el no respeto de su nombre social. Otra brecha se manifiesta en el acceso a internet y equipos para estudiar, pues no todes cuentan con insumos. 

Redescubrirse y reencontrarse

Foto de @valpalavecino
Foto por @valpalavecino

A Jota, persona trans no binarie, licenciade en Literatura, escritore y barista, y Val, fotógrafa chilena, la pandemia les pilló cambiándose de casa. Durante varios meses antes, Jota había estado remodelando un departamento para mudarse, y le propuso a ella vivir juntes. 

El 25 de marzo se decretó la primera cuarentena para siete comunas de la región Metropolitana, al día siguiente fue la mudanza. Mientras se instalaban, una persona arreglaba el calefont, otra terminaba los muebles de la cocina y otra el piso del dormitorio. Tenían en mente lo que había ocurrido en otras partes del mundo con el Covid, lo que sumado a situaciones de la antigua casa de Jota, como que no respetaran sus pronombres y nombre, los hicieron actuar. “Me encantaría decir que ha sido terrible, porque lo ha sido, pero he encontrado calma en esta tormenta gigantesca, desde el privilegio que significa tener un hogar”, dice. Las primeras noches durmieron en un sillón en la cocina. Ahora lo cuenta con risa, pero han habido mínimas de 1ºC.

Como consecuencia de la crisis que ha afectado a Chile durante esta pandemia, Jota quedó cesante la primera semana de cuarentena, porque el café en que trabajaba cerró. Por ahora, vende lentejas y porotos de a kilo. En términos sentimentales, ha sido una montaña rusa gigante para él. Se informa en las redes sociales, que se han convertido en canales de campañas de ayuda económica, ollas comunes, abrigo, alimento, o productos de higiene para personas menstruantes, en todas las regiones. “Es terrible que eso no venga del gobierno. Si no hubiera autogestión ¿qué sería de nosotres? Se ha generado una red de apoyo a nivel social porque hay un déficit, pero si no fuera por nosotres, por el pueblo, estaríamos peor. No puedes pedirle a alguien que combata una enfermedad si no tiene alimento, ¿de dónde saca fuerza?”

Hay días más duros que otros. A veces, experimenta crisis de pánico producto de las medidas sanitarias para enfrentar el Covid, y la forma en que han sido informadas por las autoridades en Chile. “No comprendo lo que está pasando en el mundo, menos en este territorio, no comparto las decisiones políticas y encuentro que son de una falta de corazón tan grande. Me indignan”. Pensar en buscar trabajo, también es difícil. “A las personas trans nos cuesta más, hay que explicar por qué en tu carnet hay un nombre, y por qué en el currículum otro. Te miran tres veces, te dicen que por qué andas disfrazado”.

Foto por @valpalavecino

En su caso, pudo asegurar su tratamiento hormonal —que compra de forma particular— antes de la cuarentena, “pero un amigo de La Serena no pudo conseguir a una endocrinóloga y le tuve que dar dosis de las mías. Hay mucha gente que no se quedó con recetas a mano. Cuando estás en tratamiento, y eres consciente de que te viene otra dosis, cortarlo de repente produce un montón de ansiedad, porque ves los cambios. Cuando me queda poca testo en el cuerpo se me fatigan todos los músculos, siento mi energía bajar. Ahora estoy juntando la plata para la próxima dosis”, cuenta. 

Sale de su casa para comprar, entregar encargos de legumbres y pasear a su perro. Suele atravesar un parque de una zona central de la capital, en donde “se siente el fantasma de lo que eran las calles antes, es como si hubiera una doble exposición de gente moviéndose más rápido, sin mascarillas, autos, bocinazos y miras y no hay nadie”. Como medidas de autocuidado recurre a la purga de emociones, la meditación y la escritura. “Intento conectar conmigo, con mi cuerpo y mi sentir, o a veces hago aseo, y quiero que salga la mancha culiá, y como que esa mancha está dentro de mí y si la limpio, todo va a mejorar”

Pese al contexto, Jota ha encontrado espacio para escribir. El papel fue su refugio desde niñe. Le costó confinarse, porque “la calle era un espacio para jugar con quien soy. Entre los ‘señorita’ y ‘señores’ me iba encontrando”, expresa en Me reconozco en el tacto, uno de sus escritos recientes. “Nunca pensé que publicando textos me iba a escribir gente desconocida, para decirme que se sienten mejor al leerme”. Ahora con una identidad de género más trabajada, ha podido reconocerse a sí mismo. “Me siento yo, siento que no miento. Yo era trans antes de empezar mi terapia hormonal, si la dejo voy a seguir siéndolo”, dice. 

Ante la desprotección: organización

En Argentina la realidad para las personas transgénero no es muy diferente, incluso considerando la pandemia. Allá el panorama también es crítico, pues “la población travesti y trans ha visto agravada su situación habitacional, alimentaria, sanitaria y económica”, según informa el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). 

Desde el conurbano en la zona oeste de Buenos Aires, a una hora de la capital federal, Gemma cuyos pronombres son femeninos y se identifica como una identidad trans femenina, pero todavía no cambia su nombre registral—, vive en una casita con un patio junto a su novia, una chica chilena. Gemma es parte del 9% de la población trans de Argentina inserta en el trabajo formal según CELS. Es docente de teatro y actriz, trabaja para una escuela estatal, y en un centro de día privado para adultos, cerca de su barrio. 

La cuarentena en Argentina se decretó en marzo, al otro día de que Gemma y su novia inauguran una sala de teatro en su casa de la periferia bonaerense, y no sabe cuándo volverá a abrir. Habían recibido amigues de todas partes, entre ellas una uruguaya que debió confinarse en su casa, a la que se sumaron dos más. Hicieron la cuarentena cinco personas, tuvieron que adaptarse. Al principio creyeron que serían quince días, pero pasaron más de cuarenta. Fue intenso. “Las angustias y las frustraciones de no poder volver de donde venías, y también de no poder cobrar el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) y ya ves, el ‘quédate en casa es para les con privilegios'”

Foto por Sofía Tolosa Orquera

Su vida diaria ha cambiado bastante con la pandemia, la policía y la gendarmería han salido a la calle por orden gubernamental. En el consultorio donde consigue su tratamiento hormonal no reciben casos nuevos, pese a ley de Identidad de Género. “Ahora hay más control, para salir hay que pedir permiso, tienes que avisar de todo lo que haces”. Gemma cuenta que algunas calles están pintadas para indicar por dónde hay que caminar, y a lo lejos se escucha un camión que pide “quédate en casa”, por altoparlante. 

Las clases de Gemma ahora son virtuales, pero “les pibes no tienen celular, o no tienen internet en la casa, es complicado, no tienes cómo llegar a todes, además de la dificultad de dar una materia como clown y transmitir algún contenido”. Pero esto le ha traído otras preocupaciones, hace poco sufrió la divulgación de una imagen suya en internet de antes de que asumiera su identidad como trans. Esto la ha llevado a usar las plataformas digitales con mayor precaución, y a cuestionarse quién la cuida, sobre todo en un contexto en el que nadie está preparade y en el que su labor como docente se encuentra más precarizada que nunca. “Como cuerpa disidente sexual, tienes que protegerte porque siempre está la burla, o el ridículo, y ante esta constante exposición, en la virtualidad ¿quién se hace cargo? ¿el Estado?”, se pregunta. 

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