No es hambre, es amor

Cocinar, preparar cualquier tipo de comida nunca ha sido tomado a la ligera en
mi familia. Juntarnos a comer platos hechos en casa ha tenido que ver con
gestos de cariño y contención. Y por supuesto el comer en abundancia es
directamente proporcional al sentimiento de gratitud que me abraza las veces
que he disfrutado un plato de comida hecho con dedicación.

“Doy amor con comida. Viene de familia”, me sorprendo repitiendo cada vez
que comparto un plato con gente. La mayoría de las personas estarán de
acuerdo conmigo, obvio. Las emociones que intervienen al momento de
reunirse a comer rico son reconfortantes y no se puede luchar el humano
impulso de querer repetirlas.

Ese rico postre de mamá, la receta del locro de la abuela, el ají del tío, las hamburguesas caseras de tu amiga, el asado donde el chileno, babeo sólo de pensar. Estoy hablando de reconocer que el acto de comer, poco tiene que ver con el hambre y mucho con el amor.

En estos tiempos de descontento en el que la gente se ha tomado los espacios públicos, como lugares de encuentro, de construcción de ciudadanía y para el despliegue del malestar social; rescato el peso simbólico que el repatir/compatir
comida en la calle tiene para el impulso transformador de este movimiento.

Repartir sanguchitos camino a la marcha, tomarse los parques para una pambamesa, un desayuno en las calles del cerro, etc., son manifestaciones de
las cualidades de esta revolución: compartir, unión y cuidado colectivo. El llevar las cocinas, comedores, comunitarios a los escenarios de marcha y actividades de protesta, es un ejemplo de coherencia colectiva y de apego al deseo de transformar un sistema discriminador e insensato. Convocar a comidas para conocerse e intercambiar proyectos puede ser una estrategia eficiente para fortalecer lazos comunitarios.

La falta de integridad del adversario quiere trastocar el derecho legítimo de habitar los espacios públicos y lo ha redefinido como actos terroristas para reprimirlos, para desaparecerlos. Le asusta que exista gente que visibilice lo insostenible de su sistema de privilegios y desvaloriza tanto las demandas colectivas como la capacidad de organización social en torno a la igualdad y autonomía. Van a pelear por su percepción de sociedad con todo (lo están haciendo); a la gente nos queda fortalecer las dinámicas comunitarias ya existentes basadas en la inclusión, reconocimiento de derechos y procesos de participación. Quédense en sus pizzerías, tenemos las calles.

Aplaudo a las mujeres, demás está decir que lo son en su mayoría, que reconocieron en el compartir alimento y reunirse en torno a una simple once, o
coladita, una forma de entregar cariño a la causa y participar en ella. Personalmente creo que identificar nuestra forma de participación es decisivo para la continuidad del proceso de cambio y ellas lo han hecho a la perfección.

*Fotos de Claudia Sabat. Vecinos de Barrio Yungay comiendo juntos, domingo 17 de noviembre.

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