Nosotros

Salí a la calle a marchar por Catrillanca. La Alameda se veía hermosa, con sus banderas de colores, pañuelos verdes y morados, trazos en los muros que cuentan la historia de esta revolución que, desde que comenzó, me ha emocionado hasta la médula.

Caminar para VER, porque este gesto permite comprender y profundizar en el significado que ha tenido esto en nuestras vidas, porque ver permite entender que este movimiento social está formado por muchas y diferentes personas, realidades y motivaciones. Hacerse parte de las calles, que tanto se han resignificado con el estallido social. 

Caminé hacia la Plaza de la Dignidad y me detuve en el frontis del GAM para leer cada palabra, observar cada afiche y agradecer el trabajo que hacen los que imprimen, pegan, rayan y permiten armar un documento popular de esta maravillosa revuelta. La calma que reinaba en ese lugar, contrastaba absolutamente con la batalla que daba la primera línea. Hombres y mujeres de todas las edades, premunidos de sus mascarillas y antiparras, daban una lucha que permitía que el resto de los manifestantes pudieran estar tranquilos en las calles aledañas.

La primera línea sin miedo y generosa, que entrega su cuerpo, mente y espíritu a una lucha que es de todes pero que no todes podemos dar físicamente. Por ahí, en Bueras, un improvisado campamento de primeros auxilios, gente voluntaria que socorre a los que no pueden respirar o ver por el gas lacrimógeno, a los que son baleados, a los que tienen miedo. Personas que están ahí, en medio de ese caos, entregando parte de su tiempo para apoyar a otres, que necesitan de ellos para seguir dando la pelea.

Al llegar a la plaza misma, la efervescencia era total. Yo miraba a mi alrededor y sentí amor por cada uno de esos desconocidos que en mi vida había visto pero que ahora cobran una importancia absoluta: somos la fuerza, la resistencia. Quizás alguien me miró y sintió lo mismo, y en el aire flotaba un sentimiento de grandeza y agradecimiento que sólo se da en las luchas colectivas.

Y sí, al rato nos gasearon con maldad, me desesperé, corrí, no podía respirar ni ver, sentía que me iba a morir. De repente, alguien me tiró agua con bicarbonato a los ojos, y la amiga con la que andaba me mojó el pañuelo con lo mismo. Logré salir de la asfixia y al darme vuelta para mirar hacia atrás, veo a mucha gente socorriendo a otras, a pesar de la nube tóxica que nos envolvía. Esas personas se detenían a ayudar a alguien para que se sintiera mejor y pudiera seguir escapando de la salvaje policía.

Escuché “¡vamos, vamos, corran, no se asusten, corran no más!”. Y su voz me sonó tan dulce, tan sincera.

Cuando logré salir de la turba y tomar una calle de Providencia, me puse a pensar en ellos: la primera fila, los voluntarios de primeros auxilios, el que me auxilió, la voz amistosa; y comprendí algo: ya no son ellos, somos nosotros. Esta revolución ha permitido que se resignifiquen muchas cosas pero también palabras, verbos, pronombres personales. Es decir, los modos que tenemos para referirnos a las personas. Ahora somos NOSOTROS, que cada uno a su modo, posibilita que el otro de su batalla. Nos transformamos en una cadena humana que permite que esta fuerza no baje, que no pierda su energía, que si uno baja los brazos, otro los levanta.

Si las revoluciones también transforman el lenguaje, desde ahora nos comenzaremos a llamar de otra manera y esa palabra sin duda fortalecerá aún más esta lucha social. Porque el cambio no lo están haciendo ellos, sino que NOSOTROS.

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