No son 30 pesos, son años de violencia (algunas palabras sobre Wallmapu)

En la Araucanía no son cinco días, son años de represión, tortura y maltrato”, se lee en una imagen publicada en Facebook a propósito de las últimas e intensas manifestaciones que ha experimentado el país. Lo que comenzó como una imposición de las autoridades al aumentar en 30 pesos la tarifa del metro de Santiago, terminó con una gran manifestación por la precarización de la vida que ha sido reprimida con una desmedida violencia ejercida por Fuerzas Armadas (FF.AA) en las calles.

En un par de días, Chile ha padecido una militarización que no se veía desde 1973. “¡Alerta! Crisis por los DD.HH en Chile”, reza un afiche elaborado por la Defensoría Jurídica de la Universidad de Chile. 

Es cierto: el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), hasta el momento, ha interpuesto cinco querellas por homicidios con participación de agentes del Estado y ha entregado otras cifras: hasta hoy hay 1.233 víctimas heridas en hospitales, además de las 18 querellas por violencia sexual perpetrada por funcionarios policiales y militares. 

Pero, tal como nos muestra esa imagen en Facebook, las comunidades mapuche en este territorio han experimentado episodios de violencia que comenzaron mucho antes de las protestas por el alza del metro. La Guerra de Arauco duró 300 años y en el siglo XIX concluyó la ocupación militar entre el río Bío Bío y Toltén, un proceso de resistencia que el pueblo mapuche continúa en la actualidad.

Desde el gobierno de Ricardo Lagos, son 16 los mapuche -entre ellos dirigentes- que han muerto a manos de fuerzas policiales. En regiones como La Araucanía y Los Ríos, los operativos y allanamientos policiales han dejado un rastro de fuego, heridas por balas, golpizas y amenazas de muerte. El joven Brandon Huentecol, que recibió más de 100 perdigones por parte de un sargento de Carabineros en 2018, es un ejemplo. Aún tiene más de 80 municiones alojadas en su cuerpo.

Dirigentas como Juana Calfunao y Lorenza Cayuhan, que han movilizado a sus comunidades contra la construcción de un camino y los daños de empresas forestales respectivamente, han sido víctimas de golpizas, detenciones ilegales y amenazas por parte del Estado. Lorenza fue encarcelada estando embarazada y debió parir a su hija Sayen custodiada por un gendarme, engrillada a la camilla del hospital. 

Yendo más lejos aún, hace tres años que el cuerpo de la activista Macarena Valdés fue encontrado sin vida en Tranguil. Distintos peritos forenses han descartado su suicidio, afirmando que Macarena fue asfixiada por terceras personas. Antes de morir, la Negra luchó para detener los estragos de la construcción de una hidroeléctrica de pasada, perteneciente a la empresa austriaca RP Global. 

Otro caso de gravedad fue la muerte de Camilo Catrillanca, quien recibió una bala en su cabeza durante un operativo de carabineros realizado bajo el mando del “Comando Jungla” que se encontraba allanando la comunidad de Temucuicui, por un supuesto robo de vehículos a dos profesoras. Finalmente las imágenes de una cámara GoPro revelaron la verdad y el proyectil que recibió fue emitido por el ex sargento Carlos Alarcón. 

¿Hace cuánto está Chile en una crisis de derechos humanos? Pareciera ser que esto ocurre y se asienta en la historia fundacional del país. 

Desde sus orígenes, el Estado chileno ha sido responsable del asesinato y reducción de comunidades mapuche. Llevamos siglos sangrando, somos el resultado de la mezcla violenta entre los que llegaron del viejo continente en busca de recursos naturales y los pueblos originarios. Al mirar hacia atrás, nos embarga una nostalgia amnésica de no saber en qué lugar estar. Así nos quieren: sin memoria. 

A pesar del transcurso del tiempo, junto al avance de un supuesto “progreso”, tal situación no se ha detenido, ni siquiera con la llegada de la “democracia” ni con la gran cantidad de información que circula al respecto en Internet. Muchos chilenos y chilenas sabíamos de esto, y poco hicimos para detener la masacre. Hoy, desde el pueblo mapuche nos lo recuerdan. Lo que hemos sentido en estos últimos días es lo que ellos han sentido por décadas. 

Chile despertó y es de esperar que no volvamos a dormir. Hemos despertado con dolor, pero también con unión, como se vio reflejado en la multitudinaria marcha del viernes pasado, en la que asistieron más de 1 millón de personas en Santiago y muchos miles en otras regiones. En la ronda de los oprimidos debemos estar de la mano, para reconocernos como iguales, reconocerlos a ellos y ellas, mapuche, como los mayores sobrevivientes de esta historia escrita con sangre. 

En esta nueva cruzada, podemos empezar por respetar el derecho a la libre determinación de los habitantes ancestrales y exigir el fin de la militarización en el Wallmapu, ya que el territorio que pisamos diariamente posee una memoria viva que se esparce por las orillas del mundo.

Porque los pueblos originarios siguen aquí. Las defensoras de los ríos y los territorios siguen aquí. Los y las estudiantes siguen aquí. La movilización social de las personas sigue aquí, hasta que la justicia sea costumbre, hasta que valga la pena vivir

*Columna escrita por C. Cabrera y Luz Muñoz

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