Amigo, tu odio a los millennials en realidad es indiferencia

Hace un tiempo escuché cómo alguien decía haberse cerrado a la idea de que le gustaran nuevos músicos: “para qué, si son todos malos y son como la mierda”. Todos, lamentablemente, conocen a alguien así.

Lo anterior es solo un ejemplo más bien superficial y burdo de una postura mucho más compleja, individualista y bastante nefasta que suele utilizar frases y conceptos como “eran otros tiempos”, “hipersensibilidad”, “corrección política millennial” e incluso “moralismo”.

A fines de los noventa, El Mercurio necesitaba fidelizar a nuevos lectores por lo que creó el suplemento “Zona de Contacto”, que funcionaba como una especie de Internet en la que podías encontrar crónicas, vivenciales, anuncios o columnas. Estos jóvenes ABC1 -en su mayoría- con influencias gringas, pues tenían los recursos para viajar fuera de Chile, se transformaron en escritores que hoy acumulan varios títulos de libros.

Pese a que quizás no era el objetivo, lo cierto es que la Zona ayudó a definir a esa generación que “no estaba ni ahí”, que no se identificaba con la lucha por recuperar la democracia, que no hablaba de política ni tenía una posición al respecto y que se agrupaba por gustos e intereses.

Ahora vamos al punto. No es novedad que existan choques entre generaciones, pero pareciera que este es aún más marcado entre la Generación X y los millennials, estos últimos considerados muchas veces como fiscalizadores de lo correcto y de la moral.

Un artículo de marzo de 2016 de La Tercera, titulado “Hipersensibles”, me llamó la atención, ya que siento que refleja -en parte- a quienes critican a los millennials. Este habla de “corrección política”, definiéndola como una “moral que, exacerbada, ha terminado por hacerse odiosa”.

Todo esto bajo la premisa de que los millennials son “la generación que menos valora la libertad de expresión” y que esta corrección política -que hoy supuestamente cambió, que ya no reivindica minorías y que se ha vuelto “odiosa”- es la que “ordena que no se puede tematizar el aspecto de Camila Vallejo”.

¿Por qué habría de ser tema el aspecto de Camila Vallejo? En esta columna ocurren dos cosas. En primer lugar, se afirma que la corrección política hoy pasó a ser odiosa y, en segundo lugar, se le atribuye esa odiosidad a los millennials.

Y es en ambos puntos donde radica, a mi parecer, el garrafal error. Pareciera que en la generación del “no estoy ni ahí”, de aquellos que preferían no hablar de política ni cuestionar el sistema, existe desinterés o temor a dejar su situación de comodidad -y de privilegio en algunos casos- para empatizar con las dificultades que otras personas tienen que enfrentar.

Se habla de “odiosidad” para desacreditar los cuestionamientos que hoy nos hacemos quienes no estamos conformes con, por ejemplo, continuar tolerando comentarios que denigran a las mujeres y prácticas que naturalizan la violencia machista.

Por otro lado, al asociar la corrección política y su supuesto odio con los millennials, existe un intento por dar a entender que estos cuestionamientos y descontentos son algo pasajero, una moda como la de usar pantalones pata de elefante, un mero capricho que luego será olvidado, y que solo responde a un período de tiempo, con fecha límite.

Tal como le escuché a la escritora Arelis Uribe, una vez que te pones los lentes del feminismo, comienzas a ver todo con perspectiva de género, y es por eso que quiero detenerme en un punto específico. Muchas veces estas críticas a los millennials tienen como objetivos a las mujeres y a las feministas.

Y así lo demostró, en el mismo artículo antes citado, Rafael Gumucio, al asegurar que: “Pasa con los millennials y con esta moral newborn que creen tener un radar que encuentra sexismo y otras cosas donde objetivamente no las hay”.

Hay un límite muy estrecho entre criticar al millennial por “ofenderse por todo” y criticar a una mujer, por considerar que sus acusaciones o denuncias “no son tan graves”, naturalizando la violencia y, en varios casos, culpando a la víctima. Pareciera que muchos -no todos, tranquilos- cuando critican a esta generación pretenden disimular sus verdaderas intenciones.

Hoy tenemos más herramientas, más acceso a la información y nuestros cuestionamientos no se traducen al simple hecho de que somos millennials. Se traducen a que crecimos sabiendo que íbamos a vivir endeudados, a que no teníamos las espaldas financieras que tuvieron muchos de la generación que nos antecede y por ende, tampoco las oportunidades que estos tuvieron.

Nuestro descontento no es algo pasajero que quedará en el olvido cuando una próxima generación decida alzar la voz. Nuestro descontento nace porque no quisimos seguir permitiendo injusticias como el abuso de poder, la violencia de género o la falta de igualdad. Nuestro descontento nace justamente porque no quisimos quedarnos en nuestra comodidad e individualismo.

Quizás siempre existirán estos quiebres entre generaciones y para muchos el motivo radica en que cada una quiere dejar su propia huella. Independiente de las razones, lo cierto es que continuaremos luchando por lo que consideramos justo, no por moralistas, políticamente correctos o resentidos, sino porque ya tomamos la decisión de no quedar indiferentes ante las dinámicas de abuso ni mucho menos callar ante la impunidad.

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