The Handmaid’s Tale: Para hacer la revolución solo necesitas a una amiga

La tasa de natalidad empieza a disminuir trágicamente producto de la contaminación y otras enfermedades, la infertilidad se apodera de casi todos y entre un reducido grupo de los hombres más acomodados de Gilead, comienza a emerger la inquietud de -supuestamente- salvar a la humanidad. 

Para lograrlo, implementan un régimen teocrático, militar y extremadamente religioso, en el que las mujeres fértiles que quedan son convertidas en criadas y son sometidas a todo tipo de agresiones físicas, psicológicas y sexuales, con el fin de que lleven en su vientre a los futuros hijos de los principales líderes y sus esposas. 

Sin embargo, ellas no son las únicas a las que les cambió la vida, ya que esta forma de gobernar vino de la mano con nuevas clases sociales en las que también están las Martas, que son las encargadas de todo el trabajo doméstico; las tías, que tienen como labor educar a las criadas -y también maltratarlas en caso de que no obedezcan las órdenes- y finalmente, las esposas.

Estas últimas también someten a las criadas y las agreden cuando no quedan embarazadas o desobedecen las normas. Sin embargo, están a años luz de tener los mismos derechos de sus horribles esposos, quienes son los que toman todas las decisiones. 

The Handmaid’s Tale, para algunos, puede estar completamente alejada de la realidad, pero lo cierto es que todo lo que ocurre en la ficción, basada en el libro Margaret Atwood, ha pasado y está pasando en más lugares de los que uno quisiera imaginar. No con todos los elementos de la serie, obviamente, pero sí con las mismas agresiones, humillaciones y vejaciones a las mujeres, solo por ser mujeres. 

El tercer capítulo es, a mi parecer, uno de los más ilustrativos de esto. June y su amiga Moira van a una cafetería y, después de que el sistema rechazara su tarjeta por falta de fondos, el tipo que las atiende empieza a tratarlas de “malditas putas” y las echa sin ningún motivo del lugar. ¿Quién no ha sido tratada así por un hombre en algún momento de su vida? Una variación de esto es cuando caminamos por la calle, nos acosan, nos enojamos y después nos insultan. 

Tras la implementación de una nueva ley, June y Moira se dan cuenta de que todas las cuentas pertenecientes a mujeres fueron congeladas, con dinero dentro, y solo los hombres tendrían derecho a manejarlas. Cansadas de lo ocurrido deciden salir a manifestarse y marchar por las calles. ¿El resultado? De un momento a otro comenzaron los disparos a quemarropa y se vieron obligadas a huir y esconderse. Para mí, esta fue una de las escenas clave para entender cómo, de forma gradual, silenciosa pero agresiva, las reglas empezaron a cambiar y, al parecer, cuando todos se percataron, ya era demasiado tarde. 

El otro día escuché cómo un hombre le decía a otro que no entendía para qué las mujeres salimos a la calle a marchar cuando matan a una de nosotras o cuando queremos exigir nuestros derechos, como por ejemplo decidir qué hacer con nuestros cuerpos. No entendía en qué ayudaba reunirnos y organizarnos para gritar por lo que considerábamos justo. Decía que el manifestarnos no iba a impedir que los hombres nos continuaran violando, agrediendo y asesinando. 

Y es que las mujeres no marchamos por ellos, marchamos por NOSOTRAS. Por las que no podrán marchar nunca más y por las que hoy, más que nunca, salen a la calle y gritan con todas sus fuerzas “Ni una menos”. Marchamos para acompañarnos y para saber que no estamos solas en esta lucha que merecemos ganar. Marchamos para reconocernos, observarnos y cuidarnos las unas a las otras. Marchamos porque si no lo hacemos ahora, después puede ser demasiado tarde. 

Como escuché por ahí, para hacer la revolución solo necesitas a una amiga. 

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