Mujer, atina, prueba la vagina

En el marco del Día de la Mujer, reflexioné sobre esa idea instalada (tan de hombre heterosexual) de que las mujeres tenemos una mayor tendencia a tener una orientación sexual más fluida que los hombres. Me incomodan un poco las clasificaciones porque siento que nada es tan definitivo, pero entiendo que diversos grupos han encontrado un espacio de lucha y comunidad al encontrar un concepto que los englobe. Esta duda la planteo muy a título personal.

Desde muy chica, he tenido amigos gays que, por alguna suerte de iluminación interna o externa “siempre supieron” que eran homosexuales, y admiraba su determinación. Yo no tenía idea de quién me gustaba más y me sentía atraída por la belleza o atributos (refiriéndonos a la visión binaria de la sexualidad) de todo tipo de personas, pero me definía socialmente como heterosexual porque tampoco me sentía lesbiana y solía tener una postura súper prejuiciosa sobre la bisexualidad, pero crecí. Me hice cargo de mis inquietudes amorosas.

Después de la relación abusiva de la que hablé en la columna anterior, me dediqué a reconstruir mi autoestima, afectos y redes más cercanas, por lo que no cedí espacio al amor hacia una pareja. Era un tiempo para mí en exclusiva, y vaya que me sirvió.

Transcurrido un poco más de un año, habiendo retomado mis actividades sociales y entablando nuevas amistades, terminé por involucrarme en una relación con una mujer que me causaba una curiosidad más allá de la mera idea. Este texto no es sobre ese pololeo ni de sucesos concretos y en detalle, sino de lo que aprendí a nivel sexual de esta experiencia, pese a que no estaba buscando nada en específico.

Inexperta como ninguna, dos cosas que me marcaron de aquella experiencia: la multiplicidad de formas de alcanzar un orgasmo sin incurrir en posturas demasiado incómodas, por un lado, y la importancia de los besos (que casi pueden constituir la relación sexual misma), por el otro. Cuando estás con una mujer y tú también te defines como una, te desligas del tabú del “acabar siempre”; te dedicas mucho más a escuchar y a gozar con que tu compañera se sienta feliz. De forma paulatina, entiendes la sutileza necesaria para que ambas partes tengan una buena experiencia. Todo esto sin las presiones respecto al físico que solemos tener cuando nuestra pareja es hombre y nuestra autoestima no es la más firme.

Tomando un punto del párrafo anterior, quiero volver a decir que el sexo no se trata, necesariamente, de llegar siempre a un orgasmo colectivo y fuegos artificiales, esto es un invento macabro. No añadamos más presión a otra arista de nuestras vidas (como si no fueran suficientes), sino a vivir nuestra sexualidad de la manera que nos resulte más cómoda y, en caso de no sentirnos plenas, estar dispuestas a variar. Puede que suene fome ante el ideal que nos ha instalado la industria del entretenimiento, pero de verdad que hay sexo sin orgasmo igual de rico que el que sí lo incluye. Se los juro. La intolerancia a la frustración instalada en este sistema capitalista penetra incluso en nuestra dificultad para entender que el sexo no se trata de metas. Se puede disfrutar del trayecto, de otras formas de intimidad con quien compartimos. Hasta el orgasmo más bacán puede volverse un tedio si ocurre siempre del mismo modo.

La invitación que hago en el título no es a agarrarte a una amiga ahora YA solo por tachar ese “desafío” de tu lista, sino a atender el llamado que les hago a cuestionar cómo viven el sexo, ya sea experimentando con mujeres, hombres con mayor altura de miras, sus parejas actuales o con ustedes mismas. En mi caso, el haber compartido mi vida con una mujer durante un tiempo hizo que me reapropiara de mi cuerpo y de sus reacciones; para otras mujeres no fue necesaria esta etapa, sin embargo, la vida me entregó una revelación me reafirmó que soy mucho más que un par de orificios y dos senos como órganos susceptibles de estimulación, de que hay tanto más allá afuera. Y allá adentro, también.

 

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