Cómo la masturbación me sacó de una relación violenta

A propósito de la despenalización de la violencia machista en Rusia, no pude evitar reflexionar sobre todas las esferas en que se nos agrede.

Hemos escuchado y visto crudos testimonios y noticias de mujeres que se ven envueltas en relaciones violentas. Sin embargo, la cotidianidad del vínculo afectivo es un aspecto olvidado: ¿cómo ayudar a quienes ven las noticias a identificar que se encuentran en peligro si, quizás, el grado de violencia es más “sutil”?

Una esfera que cruza toda relación es la sexual. En ese contexto, la calentura permite cosas que, en frío, nos parecerían asquerosas o, al menos, inusuales, pero: ¿cómo identificar que tu pareja es violenta a través del sexo? No pretendo dar clases, pero sí aclarar cómo fue en mi caso.

La primera vez que tuve un pololo fue a los dieciocho. Recién había entrado a la universidad y, tras años de que mis compañeros del colegio reafirmaran mis ideas de que era fea, apenas había comenzado a construir mi autoestima. Era tan virgen que nunca había visto un pene (a lo más, en biología), nunca me había masturbado y no había hecho más que dar un par de besos en el cuello. Como no conocía a nadie, un chico me tincó y opté por sentarme junto a él. No habían pasado dos semanas de clases y ya me había pedido ser su novia. Yo estaba feliz, pero desconcertada, no sabía cuáles eran las dinámicas normales de una relación.

Si bien entiendo que la violencia ejercida contra mí no me define como persona, sí me permite estar más alerta. Sin embargo, en el pasado, no entendí en lo que estaba inmersa. Como ocurre en múltiples casos, la violencia física no es inmediata. Lamentablemente, los agresores usan su inteligencia con el fin perverso de graduar su control y maltrato. Mi primera relación sexual fue con este individuo: fue cuidada y hasta considerada, pero nunca más fue así.

El sexo con alguien que te agrede está lleno de códigos que no incluyen, en ningún momento, el respeto por tu placer o por tus gustos. Y no todo tiene que ser esencialmente físico. Recuerdo que a mi pareja de entonces le gustaba llamarme por el nombre de su ex para subirme la inseguridad y hacerme sufrir. Verme pasarlo mal le calentaba, así de simple. Recuerdo, además, una serie de prácticas que aguanté porque en el circuito violento, tu agresor parece ser omnipotente. Sientes que nadie puede derribarlo, por lo que decides quedarte ahí, con el diablo conocido. El forzarme a involucrarme en tríos, a realizar posiciones y experimentar con ideas que me parecían absurdas e incómodas, además de la inexistencia de orgasmos de mi parte, me hartó.

Un día, sin planearlo y sin su compañía, me masturbé por primera vez. Llevaba más de un año con él y fue mi primer orgasmo: allí fue cuando desperté. Entendí que mi vida estaba en peligro y que ni siquiera mi sexualidad era satisfecha, ¿de qué valía seguir en pareja?. Desde ese momento, el sexo se tornó aún más tedioso. Me volví experta en quedarme ahí, como un peso muerto, para que por favor se terminara lo antes posible. Aún cuando tuviese que escuchar cómo insistía en llamarme por el nombre de su ex, aguantando sus arrebatos y golpes que se elevaban al cuadrado con sustancias de por medio. Incluso cuando al otro día, agotada por la violencia y adormecida por la imposibilidad de defenderme, sentía cómo mi pareja realizaba un falso mea culpa y lloraba. “Mira lo que te hice”, me decía, mientras yo trabajaba en recomponer mis redes de apoyo para escapar lo antes posible.

Es increíble cómo algo tan simple y efectivo como el orgasmo puede reconstruir tu autoestima y estimular tu independencia emocional. Desde la autogestión de mi placer, por fin comprendí que no merecía vivir rodeada de violencia. A partir de ese contexto de maltratos, hasta la vida sexual y afectiva sana que logré alcanzar, es que quiero enfocar esta columna. Tabúes, inquietudes y prácticas poco convencionales: todo vale y todo sirve. Las invito a desligarse de la idea del sexo servicial y mecánico, a quitarse la basura que un columnista ruso esgrimió en un periódico ruso, ahora que la legislación avala la violencia (“Las mujeres debiesen estar orgullosas de sus moretones”. Macabro) Sobre todas las cosas, las convoco a abrazar, desde el conocimiento y el amor, una experiencia enriquecedora y revolucionaria.

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