La belleza de Gabriela Wiener

Gabriela Wiener es una de mis escritoras y cronistas favoritas. Es peruana y vive en España. Tiene un novio y una novia. La conocí por internet y comencé a rastrear lecturas, todo lo que podía encontrar por ahí. Un día, una gran amiga pasó por mi casa, luego de mi cumpleaños. Subió, estuvo unos minutos y me dijo que había ido sólo para entregarme un regalo. “Pensé que esta autora y este libro te podían gustar”. Qué felicidad cuando con detalles como estos te das cuenta que gente que quieres está conectada contigo. Era Llamada Perdida.

Hace algunos días apareció en mi feed un link de NPR, publicado en junio, pero que no conocía hasta ahora. Un podcast en el que Gabriela conversaba alrededor del concepto de fealdad. Y compartía un ensayo al respecto. Al escucharla, me sucedieron cosas similares a las que pasan cuando la leo. Primero, pude reconocerme en algunas de sus palabras. Reconocí también a mis amigas, a otras mujeres.

Además, tiene esa semilla latina que tantas veces me cuesta encontrar en Chile, hecho que cada vez me entristece más. Es como si viviéramos en un país apartado de nuestro continente, que a ratos pareciera ir por un carril paralelo, una gran mentira. Es casi como si algunos lucharan por mantenernos fuera e independientes. Escrituras como la de Gabriela me hace sentir que no es así, me hacen imaginar una red.  Una en la que aunque no nos conozcamos, las mujeres chilenas, peruanas y  latinas en general estamos más unidas en lo bueno y lo malo que es nacer en esta parte del mundo.

A continuación quiero compartir el podcast y también una transcripción del ensayo de Gabriela, publicado en NPR.

Sufro trastorno dismórfico corporal. Es decir, me preocupo obsesivamente por algo que considero un defecto en mis características físicas. Lo más perturbador de una enfermedad así es que ese defecto pues puede ser real o imaginario. No está claro quién o qué determina lo que es evidencia o producto de la fabulación. Es algo así como que si entre los monstruos de nuestras pesadillas, en medio de los niños de dos caras, de los bebés que nacen con sus hermanos en el vientre y los gatos con seis patas, estuvieras tú. El mal existe, como la deformidad y la putrefacción.

Nadie podrá despreciarme mejor que yo, creo. Esa es mi conquista. La voz interior es siempre un recuento de catástrofes y barroquismo. Mis dientes torcidos. Mis rodillas negras. Mis brazos gordos. Mis pechos caídos. Mis ojos pequeños clavados en dos bolsas de ojeras negras. Mi nariz brillante y granulienta. Mis pelos negros de bruja. Mis gafas. Mi incipiente joroba y mi incipiente papada. Mis cicatrices. Mis axilas peludas y abultadas. Mi piel manchada pecosa y lunareja. Mis pequeñas manos negras con las uñas carcomidas. Mi falta de cintura y curvas traseras.

Mi culo plano. Mis cinco kilos de sobrepeso. Los pelos hirsutos de mi pubis. El pelo de mi ano. Los pezones grandes y marrones. Mi abdomen descolgado y estriado. El tono de mi voz. Mi aliento. El olor de mi vagina, mi sangre, mi fetidez. Y aún me falta hacerme vieja. Y descomponerme.

En una época me dibujaba. Construía collages con fotografías recortadas. Unía partes de mi imperfecto cuerpo con recortes de cuerpos de modelos increíbles. En uno de mis autorretratos tengo un rubí en el pezón y mi cuerpo es el de una heroína de cómic erótico de los setenta. Soy una muñeca recortable y tricéfala a la que le he cortado el cuerpo y le he dejado los vestidos.

Nadie quiere ser simpático. Ninguna mujer quiere ser sólo agradable. Hay pocas cosas tan en desuso como la belleza interior. Algunas veces me he aplicado el ejercicio de juzgar estéticamente a otros, como una gran entendida. Todos sabemos que para la gente realmente hermosa este no es un tema de conversación. Los guapos de verdad ni se dan cuenta de lo guapos que son. Pero para la gente fea tampoco. Para ellos no es un tema: es el único tema. De hecho, alguien que no hable del físico de los demás, aunque no sea una persona guapa, sólo por la abstención ya puede considerarse un poco guapa. En cambio, a alguien regular, incluso alguien semi-guapo, le afea bastante hablar de la belleza o la fealdad de los otros.

¿Estoy loca? Creo que poca gente se siente atraída por mí a primera vista. Tanto que cuando ocurre me sorprende, y esto puede ser muy molesto en un mundo donde casi la mitad de la población tiene una anécdota acerca de un amor fulminante. Y claro, cuando me conocen sí ven mis cualidades, también físicas, como mis pechos grandes, mi cabellera negra y brillante, mi boca pequeña y dibujada con ese punto de exotismo e indefensión. Sobre todo desnuda parezco una nativa amazónica recién capturada. Eso da morbo, morbo colonial. Sí, eso dicen mis amantes o mis amigos, que a veces son genios feos.

Considero que si mis amantes o mis amigos son feos, también es un problema mío. Me afean más. Me pasa lo mismo con lo que escribo: lo que escribo siempre me afea. No hablaré aquí del odio que le tengo a las escritoras que, además de escribir bien, son portentos femeninos. Tengo a una enterrada en mi jardín. La belleza mata.

Ser un hilo de conversación, un tema, un post para el escarnio público. En la foto que alguien colgó en un blog anónimo, yo estaba sentada en el suelo comiéndome un plátano. A continuación hay 395 comentarios en los que me llaman fea o en los que se explayan —sobre todo los hombres— que supuestamente me tiré estando casada y lo puta que soy en general. Lo de puta nunca me ha dolido particularmente; no perdamos el tiempo en eso. Pero lo otro, lo otro, es evidencia.

Alguna vez, yo también me odié de esa manera. Si la dismorfia corporal es una enfermedad mental, ¿me lo estoy imaginando todo? ¿Soy fea? ¿Soy en realidad bella? Y si me lo estoy imaginando, ¿por qué hay gente hablando de eso? Escribiendo sobre mi fealdad. ¿Por qué es un tema? ¿Por qué me ama entonces un hombre bello? ¿Debería ser bella? ¿Querrían que fuera bella para así justificar su dolor, su apetito, su virulencia? ¿Tiene, en ese caso, que ver más con mi impureza moral que con la física? ¿No que era linda, como decían mamá y papá? ¿Será la mezcla de ambas cosas? ¿Estoy loca si me hago estas preguntas? ¿Nadie más se las hace?

Hay un dibujo. Una pequeña viñeta que hice a partir de una frase que me dijo un día alguien que me ama a pesar de mis trastornos, de mis complejos, o precisamente por ellos. Me dijo: “Me hubiera gustado conocerte de niña y decirte que eras la niña más bella del mundo”. En mi dibujo él viaja al pasado, me encuentra, me siento en sus rodillas, y como él es el hombre más bello que yo he visto nunca, me dice esa frase al oído y yo le creo. Y nunca más se me olvidará. Así, en esa historia alternativa de mi vida, yo creceré sin el trastorno y no me haré más preguntas.

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