El Incendio: el infierno es el otro.

Es interesante que el cine argentino independiente toque temas que suele esquivar: el dinero, los trabajos, la precariedad de esos trabajos, la imposibilidad de alcanzar la casa propia, la debilidad a la hora de construir. Todo esto en un marco de una generación nacida entre 1980 y 1985. Pero con abordar esos temas no alcanza. También hay que saber tocar las cuerdas de esos conflictos que son, en su raíz, conflictos nacidos de una generación que comprende ahora pasando los 30, que no será recordada precisamente por ser brillante.

Juan Schintman cuenta en “El Incendio” la historia de Lucia y Marcelo, una de esas parejas que se odian pero siguen adelante porque esta generación puede percibirse moderna e inclusiva, pero es profundamente conservadora. En ese marco se va armando la historia de esta pareja que se va camino a comprar su primer departamento (con el dinero de los padres de ella) en el medio de una fuerte crisis.La película narra 24 horas en la vida de esta pareja que es sometida en el plano narrativo al estilo hermanos Dardene, pasando por el thriller, siguiendo por el melodrama y recurriendo a efectos del cine de terror. Todas estas capas de información, innecesarias, dificultan la trama de “El Incendio” y lo primero que uno desea es apagarlo.

Los golpes de efecto a los que recurren Schintman, parecen construidos bajo la premisa de shockear al espectador. Pero el espectador, incluso el espectador promedio, ya viene bastante shockeado y no necesita ir al cine para reconocer el infierno de una pareja. Lo vive. Por eso los golpes de efecto caen bajo su propio peso y ese peso es el de lo inverosímil. Las escenas de violencia física requieren de gran pericia técnica, pero también de gran pericia coreográfica. Para golpear en el cine, hay que tener en claro cómo se golpe en la vida real. Los primeros golpes que se ven en “El Incendio” son producto de una pelea callejera entre Lucia y Marcelo, en la cual ella es agarrada del brazo y zamarreada por él. Al llegar a su casa, ella descubre su brazo brutalmente marcado. En el plano de lo real, eso es imposible. En el plano del cine, es inverosímil Y ese es el primer gran error de “El Incendio”. Si la primera escena de violencia no es verosímil en una película que apela y fustiga la violencia en el 90% de su metraje, nada lo será.

En las siguientes  horas, la pareja no hará otra cosa que destruirse mutuamente. Ella encarar la posición de neurótica sometida sin valor para mudarse con los dólares, y él encarar el papel de violento que no supo como ganarse esos dólares. En el medio, nos ponemos al tanto de que ambos reciben violencia en sus respectivos trabajos y que se rodean de un grupo de amigos que más bien parecen todo lo contrario. La pareja entonces no funciona como refugio frente al mundo, funciona engarzada y alimentada por la violencia del mundo. Por supuesto, la que recibe más violencia es la mujer. Física, sexual, simbólica y económica. Como para no desentonar con el resto de los personajes femeninos que suele construir el NCA, especialista en entregarnos mujeres débiles, sumisas o directamente tontas.

Y está construcción del personaje femenino en “El Incendio” es interesante. No solo es la encargada de conseguir el dinero para acceder al departamento, también es la que tiene un mejor trabajo en dónde gana más trabajando menos horas y la que está respaldada y apoyada por los padres. Con todos estos datos que describen a Lucía, el espectador bien puede preguntarse ¿Qué hace ahí? ¿Cómo una mujer en el 2015 que es maltratada por su pareja sigue ahí? ¿Cómo una mujer con la economía y la vivienda resuelta sigue ahí? ¿Qué le impide a una mujer en el 2015, poseedora de 100 mil dólares, comprar sus propia casa sola?. Nada, pero aparentemente no hay registro que pasado el siglo XX las mujeres ya firmamos nuestras propias escrituras.  Llegamos ahí al segundo error capital de “El incendio”: atrasa. ¿Y por qué se señala esto si la película es una ficción? Porque se para como reflejo generacional y toma apuntes de la misma. Y en esos apuntes, faltan los avances siempre silenciados de las mujeres. Y el cine, como toda expresión artística, construye, nutre y eleva un imaginario social. No estaría mal que, de una vez, los directores argentinos comiencen a imaginar un poco más.

Luego de esto, en “El incendio” solo quedan amenazas que nunca se cumplen: Lucia escupiendo sangre, Marcelo revoleando un revolver. Ni una va a morir ni el otro va a matar. Ella tomando cocaína y quedando “re loca”, él atacado por un grupo de pandilleros que usan un bate (?) de baseball (??). Líneas narrativas inconclusas, cruces de géneros inexplicables, un final apelando al terror que no abre ninguna pregunta, solo abre la puerta del cine y enciende las luces.

Pero por un lado, está bien todo esto. Me envolvió una sensación de sana alegría al regresar, con mis propias llaves de mi propia casa, con mis propias cosas y sentarme y escribir esto en mi propio espacio, con mi propia computadora. Sola. Y poner una película de Cassavettes, director con el cual generosamente fue comparado Schnitman, y entender que el cine de Cassavetes, muchas veces cruel, muchas veces desbordado, muchas veces al borde del incendio, está ahí para mejorarnos la vida, no para hacernos sentir que la vida no vale nada. Esta ahí para hacernos sentir que la vida es todo y cuando nos olvidamos, ahí está el cine, el buen cine, el que te hace abrazar la vida, tu vida.

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El Incendio

Juan Schintman

2015

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