Juan Forn: Todos los viernes hago lo mismo.

Un río viene ser una película, activo, no frena hasta que llega al mar. De ahí podemos inferir que un lago es una foto. Entonces, el mar es Internet.

El primer relato de Los viernes, Forn lo dedica a plantear su relación con el mar, con su aspecto siempre cambiante sin ser unidireccional. Ofrece diferentes colores y espumas, no tiene fin, hace crecer una ola cuando menos lo pensábamos, engaña sobre la fuerza con la que llega a la costa, nos crea la ilusión de movernos, o al revés, creemos estar siempre en el mismo lugar y la misma masa de agua se ocupó de trasladarnos. A muchos nos suele ocurrir ese efecto del mar, una hiperestimulación parecida a la que experimentamos frente a la web, pero mucho más refrescante. Es difícil salir del mar como despegarse de la pantalla: siempre puede venir una ola mejor para saltar o enfrentar.

Tal vez, quien haya seguido las contratapas de Forn en Página 12 semana a semana no tenga esa sensación porque lo ingirió en forma de pastillas. Pero quienes tenemos contacto de corrido en el formato libro, experimentamos el efecto mar, por eso es acertado colocar en primer término esa crónica personal, define el sentido de la recopilación. Historias variadas de personajes famosos o semifamosos, en su mayoría del ambiente literario. Historias y eventos contadas a gran velocidad, surgimiento de anécdotas, acumulación frenética de datos para biografías de bolsillo. Basta leer “La Orquídea de Manchuria” o “El hombre que escribía demasiado”, sobre la cantante y actriz Yoshiko Otaka y el escritor Anthony Burgess, respectivamente, como ejemplos de los subibajas, las andanzas, bordes de la muerte y superaciones hercúleas que Forn logra describir en pocas líneas.

“Extraordinario” es la palabra que se nos viene a la cabeza. Historias extraordinarias podría titularse este artículo, con esa vocación de abuso del intertexto que tiene la prensa gráfica para titular, al punto que lo extraordinario se vuelve un lugar común, algo que no se aplica a las vidas de los contados en los textos escogidos. Aunque una existencia fuera de lo común no tiene que ser, obligadamente, la relacionada con grandes aventuras y escapes. Hacia el final del libro, a modo de contrapunto de los acelerados relatos de la primer mitad, aparece “La muerte de un burgués”, el descubrimiento de un escritor de un único libro, Fritz Zorn, quien murió de cáncer a los 32 años días después de haber publicado su obra, luego de una vida en la que no pasó nada, absolutamente nada, debido a una educación que consistía en no meterse, no arriesgar, no moverse. Parece ser que a último momento, volcó toda su bronca en las páginas de Bajo el signo de Marte, curiosidad que tienta leerlo, a riesgo de caer en una espantosa depresión. Este es un caso contrario pero aún así extraordinario por lo anormal; alguien que llegó a esa categoría por haber caído bajo el autoritarismo extremo de las normas, el que no se pudo comprar una vida. Tenemos el estado sobre cero de las olas, los choques de aguas, la espuma, el yodo de la superficie, y, por otro lado, lo que queda enterrado cuando la marea se va, la conchilla, las palabras escritas sobre la arena mojada que se borran.

“(El mar) me limpia, me destapa las cañerías, me impone perspectiva aunque me resista, me termina acomodando siempre, si me dejo atravesar, y es casi imposible no dejarse atravesar” escribe Forn en su relato inicial. Las contratapas son producto de la contemplación de esa masa infinita. Son la excusa y el puntapié para las contratapas de Página 12, así como un pequeño evento dispara una historia relacionada lateralmente. “Yo sólo me limité a cerrar las comillas”, le hace decir a Giorgio Bassani, reconstructor de El Gatopardo, la novela que Lampedusa nunca llegó a ver publicada. Es lo que parece confesarnos Forn: las historias están ahí, en ese tumulto salado e internético, al que hay que saber interpretar, compenetrarse en él, acomodar y dejarlo por escrito. Con lo cual, se puede colegir que su contribución no es un punto de llegada; también pasa a formar parte del oleaje y se convierte en instrumento para que cada uno haga su propio camino.

Ya se sabe de ese hoy lugar común borgeano: más importante que aprender a escribir es aprender a leer. Sobre, bajo y en medio de la superficie, agreguemos.

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