Querido Pablo

Lo conocí a Pablo Pazos en el año 2002 cuando el país apenas vivía. Yo tomaba dos veces por semana clases en el Centro Cultural Recoleta y a veces, simplemente me dedicaba a caminar hasta la hora del almuerzo. Cuando se vive lejos del centro, se hace mucho tiempo y creo que por eso leí tanto a lo largo de la vida. Tenía que hacer entre una obligación y otra, ya que volver a casa no tenía sentido. Se puede entender esta frase de múltiples maneras y todas ellas van a estar bien. A los 20 años no tiene mucho sentido volver a casa. Yo estaba perdida, como estoy a veces ahora, pero seguía estudiando arte. De día y de noche. Nunca se me ocurrió pensar que no tenía sentido alguno apostar a lo simbólico, y solo a lo simbólico, sin dinero familiar o apellido patricio. Si no tengo dinero para mudarme cerca de las cosas que forman mi universo, ¿Cómo se supone que voy a construirlo? La vida de todas maneras se encargó de hacerme entender que era así, pero si quería podía ser de otra manera. Y esa vida tiene que ver con Pablo.

Tuve un solo momento en el cual me interesó la poesía en mi vida y como todo, tenía que ver con un chico que leía poesía. Caso contrario no me hubiese interesado jamás. Pero cuando tenés un novio que lee poesía, error que no volví a cometer en los siguientes años, vos también lees poesía. Porque el amor nos modifica. Incluso para mal. Soy de la novela, ese es mi lenguaje, mientras más páginas mejor. No tolero que alguien no tenga la fortaleza de terminar una oración. Si empezás a decir algo, terminalo. Me acuerdo que en esas cosas iba pensando mientras bajaba por Callao rumbo a una librería que una compañera me había recomendado. Esos rasgos de la (post) adolescencia tan típicos, tan soberbios. ¿Cómo uno puede conocer el mundo si apenas lo he habitado? Anyway, llegué caminando a la librería. Se llamaba Guadalquivir,  nunca la había sentido ni nombrar. Estaba vacía,  visión que se repetía en cada comercio luego de la hecatombe. Esa fue la primera vez que ví a Pablo, así que si: me acuerdo de todo. Y la gente ahora lo va a saber.

Estaba buscando un libro de Leonidas Lamborghini que nunca me interesó realmente, pero novio, etc. Guadalquivir me intimidó porque no había estado en un lugar así antes, quiero decir, estuve en librerías pero no es así. Que es como decir, me gustaba alguien pero no así. El libro era “Carroña Última Forma” y lo había editado Adriana Hidalgo en tapa dura. Lo busqué entre los libros de poesía, estaba atrás, y perdida en mi propia necesidad no me di cuenta que estaba sola. Pablo se había ido a fumar a la puerta, siempre me preocupó que fume, sin pensar que yo podía robar o que evaluaba robar o al menos me tentaba robar. No supe que hacer, siempre estoy incómoda fuera de mi casa, y cuando uno no sabe que hacer no debe hacer nada. No lo cumpí, fuí a la puerta y le pregunté por el libro. Pablo me preguntó si había leído a Lamborghini y dije que no. Es caro este libro, me dijo, porque no vas a la librería de remates de la esquina y te compras el libro de Lamborghini que están rematando. Obedecí, porque estaba mansa, y fuí. Compré el libro de Lamborghini y otro de Roque Dalton por  la ahora inimaginable cifra de 10 pesos argentinos. Cuando volví, apenas unos minutos depués, Pablo seguía en la puerta. “¿Y? ¿Estaba?”, me preguntó. Si, le dije, gracias. No me gustó Lamborghini, nunca fue para mí, pero al otro día volví y me gaste la plata que me quedaba del mes en el libro editado por Adriana Hidalgo. Y no me fuí más.

¿Y qué leo este verano? Ya había pasado casi un año y me iba de viaje por primera vez al sur en mi vida. Un día entero en micro es toda una vida. Pablo me pregunto si había leído a Bolaño. Mi respuesta nuevamente fue no. Aparentemente en los últimos años había pensando que estaba leyendo, pero no estaba haciendo nada. Me compré los “Detectives Salvajes”, la edición roja de Anagrama que se me fue rompiendo un poco cada día. También me llevé “Las Virgenes Suicidas” de Eugenides y algo más que intento recordar, pero no recuerdo. Uno de los recuerdos más vivos de mi misma es leer a Bolaño frente a Lago Puelo porque fue algo cercano a querer tener una vida libre y tomar mis propios riesgos. Fue un movimiento como los que hacen las montañas cuando qieren dejar caer la nieve lo que me paso al leer a Bolaño.  Tenía que tener la valentía de vivir si quería escribir. Y si el orden del siglo XX clausuro la novela como la veníamos viviendo eso no interesa. Yo soy hija del siglo XX y la decisión de escribir, escribir por la verdad, es consecuencia de las decisiones que Pablo tomo por mi.

Al poco tiempo de volver compré “Middlesex” de Eugenides y Pablo me recomendó que buscara entre los saldos de Corrientes un libro. Se llama “Las Correcciones”, me dijo, ahí tenes para leer. Cargando “Middlesex” me fuí a buscar la novela de Jonathan Franzen que estaba en Dickens a $15. “Las Correcciones” abre así: Locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando. Se palpaba: algo terrible iba a ocurrir. El solbajo, en el cielo: luminaria menor, estrella enfriándose.  Mi comienzo favorito de la literatura a la par del inicio de “Historia de Dos Ciudades”, de Dickens. Lo leí de corrido y debo haber robado, numerosas cosas, mil veces citando el inicio de esa enorme novela. Un año más tarde concoí a alguien que intentó conseguir sexo citando a Franzen. Viento frío viniendo del norte, mientras va pasando. Cito mal, usó la literatura para mentir, no para la verdad y encima mal. Gracias Pablo, primero descubro la verdad en la literatura, después leo y luego descarto. Porque es mejor dormir con un libro antes que con un tarado.

Cuando salió “2666” no pude esperar al lunes y lo compré un domingo en la ya inexistente Boutique del Libro. Semanas después, pasé por Guadalquivir y Pablo vió el libro que sobresalía de mi bolso. No me lo compraste a mi, me dijo. Fue un dolor tan grande esa frase que es una culpa que cargo hasta hoy. No me lastimo Pablo, yo me lastime a mi con  mi falta de paciencia. Con no saber esperar, con no saber contenerme. Nunca más cometí una traición similar. Todo lo fundacional siguió en manos de Pablo.

Una vez me intoxiqué en Córdoba. No me interesa como se lea esto, odio esa provincia.  Fuí en las negociaciones satánicas de las vacaciones de pareja, pero prefiero quedarme en Capital Federal con 45 grados antes de ir a Córdoba. Por supuesto me intoxiqué con agua y a nadie le importó. Ni al dueño del hotel, ni al servicio del hotel. Como todos sabemos los hombres ante la enfermedad son cobardes, mejor cuidarse una. Me repuse a base de Gatorade. Había comprando antes de venir “Lejos de Veracruz” de Vila-Matas y el primer tomo de las obras completas del otro Lamborghini y su poesía. ¡Como me divertí! A mi novio lo mande al rio, por mí, que se lo llevara agua abajo, y yo me encerré con el aire acondicionado a leer. Y me hice mi propio mundo con cuidado, fortaleciéndome en la enfermedad. Pensando que le iba a comentar a Pablo que El Fiord para mi era demasiado, por no decir mucho, por no blanquear un exceso.

Pablo intentó siempre que aflojara un poco con mi pose anti poesía.  Me recomendó leer El Cielo de Boedo. Entonces me mude a Boedo. ¡Con todo el cielo!

Un día llegué con una tormenta a buscar un libro y me dijo te trajo la lluvia.

Pablo se fue de Guadalquivir y no me aviso. En fin.

¡Acá estás! le dije cuando lo encontré en Arcadia. Ya me había preparado todo el enojo en la mente, que como puede ser, que yo te compro hace mil años, que no hay fidelidad ya en este mundo, que a donde iba a ir. No me salió.

Creo que arriba del 50% de los libros de mi vida adulta tiene que ver con Pablo. O se los compré o el me mando a buscarlos o se los escuché nombrar o alguien los compró por medio de él para mí. Eso significa que me fui formando y me fui modificando todos estos años en un aprendizaje que no tiene horario y tampoco final.  Mientras yo quiera leer esto no va a terminar. Siempre me pregunto porque Pablo, con los brotes de soberbia que tengo, me soporta. Puede perfectamente no hacerlo, clientes no le sobran. Pero las mejores cosas que me pasaron, me pasaron casi siempre llevando en el bolso o en la mochila un libro vinculado a él.  La peores también, las más tristes y muchas veces fuí así a buscar libros. Porque tenía la cabeza rota o el corazón o las dos cosas. Y ahí halando de lo que acaba de entrar, de lo que traje de España, de lo que me mandaron de Rosario, de lo que editó Sudamericana; se iba mitigando la pena. En los momentos en los que necesitaba olvidar, muchas veces fuí a hablar con Pablo, fui a trarme libros, fui a intentar salir a la superficie. ¿Cómo puede alguien que no vemos cotidianamente ser tan sólido en nuetra vida? La vida es un misterio y, en la inteligencia de intentar no develarlos todos, podemos seguir adelante.

¿Si voy a otras librerías? Si, voy. ¿Si es lo mismo? No, no es lo mismo.  Desspués del 31 de diciembre del 2014 y el inicio del 2015 van a ser 15 años desde que entré por primera vez a una librería atendida por Pablo. Son 15 años leyendo y creo que no leí nada. Ese no creer es gracias a Pablo porque cuando pienso que lo se todo, vuelvo a él para que me recuerde que no se nada.  Que tengo que seguir adelante, que todavía falta mucho. Porque la formación de un escritor se da en el día a día, en el cual arriesga lo que va a vivir, así al menos lo llevo yo, pero no se sostiene sin una formación sólida. De este libro vas a sacar palabras, me dijo Pablo cuando finalmente leí a Pynchon. Y es así de ese libro saque palabras y de las palabras de Pablo saqué amor y sabiduría <3

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  • Helena,estoy tratando de ubicarte (mi facebook se rebela) queria mandarte un gran abrazo y pedir disculpas por el ultimo encuentro (no estuve a la altura pero estaba con tormentas personales, yo también) un gran beso Pablo

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