Belén

Cuando ocurren casos horribles respecto a temas que se están debatiendo -o que se pretenden debatir- en Chile, como el de Daniel Zamudio o el de Belén, es posible encontrar una montaña de opiniones divergentes. Todos opinan. Todos exponen sus posturas. En este caso, todos tienen algo que decir mientras una persona crece en el vientre de una niña de once años, producto de una violación y nadie pareciera preocuparse de eso. Por supuesto, el hecho es algo que a mí también me destroza, como ser humano, mujer, hermana, amiga y, probablemente, como futura madre, pero lo que me parte en pedazos es la impotencia de ver cómo Belén se transforma en un punto de la agenda conservadora, en el momento en que le ponen una cámara encima. Un punto con 14 semanas de embarazo.

Una agenda que es una parte más de la horrorosa cadena de violencia a la que ha sido sometida Belén, al igual que muchas otras mujeres y niñas. Un espiral que comienza con el padrastro, el violador; que sigue con la madre y luego su abuela, que a pesar de cuidarla, también ejercen violencia sobre la menor imponiendo una maternidad que no tiene razón de ser, porque la maternidad es una decisión, no una obligación ni imposición.

Cuando pensábamos que el Estado era el último eslabón de esta cadena de maltrato, nos encontramos con uno que es peor que todos, porque instala sus intereses multiplicándose en la cabeza de la opinión pública. Estos son los medios que, al más puro estilo de la política populista, acaba de convertir a esta menor violada de 11 años en la mascota defensora del discurso conservador.

El problema ya no es sólo que el Estado no acoja ni evite el sufrimiento de las mujeres, sino que la televisión instrumentaliza a una menor de edad en favor de instaurar un discurso en contra del aborto. En la nota preparada por un noticiero se ve a la niña a contraluz diciendo “va a ser como una muñeca cuando la tenga en mis brazos, pero bueno, la voy a querer mucho, aunque sea como sea, igual la voy a querer mucho. Aunque sea de ese hombre que me hizo daño, la voy a querer, la voy a cambiar”.

En estos momentos, lo único que tiene claro Belén, es que está dañada. Mientras esta certeza se instaura, su abuela la obliga a asumir una maternidad que pone en riesgo su salud mental, emocional y física. Asimismo, el Estado y la élite política se siguen mirando el ombligo y haciendo oídos sordos a problemas que su clase socioeconómica no debe enfrentar, mientras la televisión hace el trabajo de replicar estos discursos.

Porque aunque muchos no quieran aceptarlo, la prohibición del aborto en Chile sí es un tema de clase. Con dinero y contactos es posible abortar en este país, con intervenciones o pastillas. Quien tenga dinero, tendrá alternativa. Por supuesto, aunque exista el acceso, sigue siendo ilegal, lo que torna la experiencia en algo sumamente traumático y violento para la mujer que se someta a uno.

Esto es un problema de salud pública, sí, pero también de clase, porque los gobiernos y las empresas nos meten en la cabeza que sí es válido discutir las libertades del mercado y las libertades de los consumidores, no así las libertades personales. Es decir, podemos decidir qué comprar, pero no podemos decidir qué queremos hacer con nuestros cuerpos.

Deseo para todas el derecho a decidir si queremos ser madres o no, porque creo que, finalmente, el aborto también tiene que ver con la maternidad. No es sólo un acto de deshacernos de algo para lo que no estamos preparadas. Tener la posibilidad de abortar abre una discusión muy importante: qué es lo que entendemos por maternidad deseada y cuáles son los elementos esenciales para poder sentir que en Chile podemos criar bien a nuestros hijos. Cuáles son los elementos principales para sentirnos seguras siendo madres en este país, teniendo legislaciones, por ejemplo, que eviten que nuestros niños sean abusados, tal y como Belén.

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